sábado, 5 de abril de 2014

PÁGINAS MEMORABLES: LA SALSA DE IVONNE


Por: Regois

 

En una esquina de las galerías del Centro Comercial Arenales, donde alternan los nostálgicos de los dibujos animados de los años 80 con los fanáticos de los grupos pop coreanos, y los amantes de los mangas con los fieles del culto de Star Wars, se encuentra el disonante y a la vez deliciosamente armónico establecimiento de Ivonne.

 

El mero albur de una tarde ociosa me condujo hasta ella. Había salido de un almuerzo mucho antes de lo esperado y la cita que concerté se retrasó, disponía de dos horas muertas que serían insuficientes para cualquier tentativa de buscar reposo en mi lejano hogar y me asaltaron unas ansias locas de ampliar mi colección de ciertos cromos que llevaban la basura en el nombre y que tantas y clandestinas veces deleitaron mi niñez. Sabía dónde encontrar tan singular producto y, por ventura, estaba cerca del único centro comercial donde tenía la certeza que las vendían.

 

Sin prisa alguna recorrí las galerías. Vi una inquietante colección de muñecos de todos los personajes y de todas las temporadas de los Thundercats, que obviamente no estaba destinada a la venta, me perdí en la inmensidad de los autobots y decepticons que se contraponían en algunas vidrieras, contemplé coloridos e inertes jedis, siths y robots de los diferentes planetas, edades y parafernalias de la galaxia de Darth Vader y advertí, aterrado, que el número de los establecimientos donde expedían esos tesoros que ambicionaba con fervor había disminuido en favor de los, para mi gusto vedados, mangas y afiches coreanos. Por fin, di con el sitio donde vendían los garbage de marras y obtuve una docena a un módico precio.

 

Al salir de aquel lugar, calculé que aún me quedaba una hora para emprender la marcha y me dispuse a emprender a vagar sin rumbo. Mas, pronto, observé que en una esquina había una puerta con una foto gigante de Larry Harlow abrazando a una muchacha de ojos alegres y de fina sonrisa. Poco tenía que ver el Judío Maravilloso con el ambiente general de nostalgia infantil y alineación oriental que inunda el edificio, naturalmente caminé hacia aquella tienda.

 

Ella conversaba por celular cuando entré, así que tuve libertad para observar muchos de los discos, vídeos, polos, gorras y adornos que allí había, todos relacionados con la música afrolatina caribeña. Los mejores exponentes de la salsa, guaracha, rumba, guaguancó, son, latin jazz, mambo y hasta habanera estaban condensados en los escasos anaqueles, vidrieras y estantes del establecimiento. Había también una enorme fotografía de la Fania All Stars. Recordé su concierto de marzo y me estremecí al reconstruir cómo coreé la formidable interpretación que hizo Ismael Miranda de María Luisa y cuánto se me humedecieron los ojos al ver a Cheo Feliciano cantar Anacaona. Por un momento mi mente se extravió y aluciné un nuevo concierto al que no dejaban de acudir unos sonrientes y reconciliados Willie Colón y Héctor Lavoe y, con el debido pasaporte de los Campos Elíseos, unos felices y renovados Héctor Lavoe y Ray Barreto.

 

La cálida voz de Ivonne interrumpió mis delirios. La saludé y le dije, no exento de pedantería, que la felicitaba por el raro privilegio de haberse hecho retratar al lado de Harlow. Sus ojos adquirieron un fulgor extraño y supe que mi frase era un santo y seña que me había hecho merecedor del conocimiento de los secretos de su reino de música y sabor. Algo acoté sobre los polos y las gorras apilados en el mostrador, me mostró algunos de ellos y me explicó cada uno de los acontecimientos que conmemoraban: la defunción de Héctor, la presentación más multitudinaria de la Fania, el concierto de Rubén en algún país. También me narró las vicisitudes que pasó para encontrar los ejemplares más raros que poseía y asentí, con absoluta certeza, al observar algunas obras de Papo Lucca e Israel "Cachao" López que tenían el inaudito mote de latin jazz y que no había encontrado en ningún otro lugar de los que visité.

 

No soy gran conocedor de la música afrolatina caribeña, pero siento una gran amor hacia ella porque en mi casa siempre se cantó y bailó. Mis primeros conocimientos los adquirí de ese hombre tan maravilloso que fue Eduardo Valderrama, mi abuelo materno, quien me hizo conocer algunos de los mejores exponentes de la primera época, tales como: la Sonora Matancera, Benny Moré y el "Carefoca" Pérez Prado. La segunda instrucción, la recibí de mis padres a través de los discos de vinilo de Héctor Lavoe, Rubén Blades, Willie Colón y Oscar D'León. Pero tales conocimientos siempre estaban relacionados con temas concretos, casi como anecdotarios de letras y títulos, o de la trayectoria de algunos de los artistas. Con Ivonne, todo era distinto.

 

Su minuciosa exégesis de las letras salseras, donde se confundían la erudicción de una profesora de Oxford con la pasión profética de una sacerdotisa de Eleusis, era acompañada por su gracia y su facilidad para seguir los ritmos del mosaico afrolatino caribeño, apenas veladas por su traje de negocios y la necesidad de conservar la compostura comercial. Libertad Lamarque decía que Gardel era "el tango hecho carne", yo podría decir otro tanto de Ivonne si, Dios me perdone, el arte de sus cuerdas vocales hubiera estado a la altura de las cadencias de su cintura. Pero, qué importaba, era partícipe de un episodio de incomparable exquisitez que, por estrambótica gracia, me había sido deparado aquella tarde.

 

Recuerdo cómo se humedecieron sus ojos cuando hablamos de Cheo Feliciano, el gran Cheo, el caballero de ébano que es capaz de interpretar con la misma maestría el moderno areíto de Anacaona, sé que ya la había mencionado, y la dulce e inolvidable Amada mía, ambas joyas indiscutibles del género. Como resulta natural y comprensible, también tenía un retrato de Cheo (en el que aparecía al lado de su hermana). Me hizo notar que los ojos del cantante estaban llenos de lágrimas y me explicó que eso se debía a la emoción que lleva en el alma y que se evidencia en cada acto de su vida. Su testimonio me pareció inapelable.

 

Por último, pasamos al examen metódico, y por lo mismo un tanto agotador, del último concierto que Rubén Blades y los Seis del Solar dieron en Puerto Rico. Emoción en Caminos Verdes, tristeza y esperanza en El Padre Antonio y Desapariciones, alegría en Decisiones, Pedro Navaja y Todos Vuelven, ironía en Ligia Elena, reflexión en Pablo Pueblo y Maestra Vida y, por último, agradable sorpresa en Juan Pachanga, en donde hace un excelente dúo con Cheo. Esta vez, también me convenció la implacable Ivonne y sólo pude atinar a preguntar por el precio de aquel documental y, sin ápice de duda, adquirirlo para mi colección.

 

Al cabo de sesenta minutos, el tiempo se me escapó de las manos y tuve que dar por concluida la lección. Había reconstruido, de la mano de la mejor maestra, los episodios más destacados de algunos de los mejores exponentes de la música afrolatina caribeña. Había aprendido, también, la magia de una verdadera sacerdotisa del culto de los timbales y las trompetas, de los tambores y el piano, de las poesías de arrabal y los cánticos africanos. Había descubierto, al fin, que el tesoro tropical más importante se encontraba precisamente en el lugar donde antes iba a buscar basura.

 

Hasta pronto, Ivonne.

 

(*)  Tomado del libro inédito “El  Wala de Regois” del joven abogado y escritor Sergio Verástegui Valderrama”.

 

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