Organizaciones campesinas de
América Latina intentan definir los conceptos de un feminismo “campesino
y popular”, que incorpore una cosmovisión rural, no siempre coincidente con la
de las mujeres urbanas, o modelos económicos alternativos.
Para Gregoria Chávez, una
veterana campesina de la noroccidental provincia argentina de Santiago del
Estero, el feminismo incluye “las luchas y el apoyo de los compañeros para
defender las tierras”.
Hasta hace poco, para ella el
feminismo era un concepto extraño. Pero como otras tantas campesinas
latinoamericanas en sus localidades, ahora protagoniza las batallas en su
provincia contra el avance del monocultivo de la soja y el desalojo de
pequeños productores.
“A veces arrastramos
esa concepción del feminismo como lo habíamos aprendido, de que para enfrentar
al machismo hay que tener una actitud opresora también. Pero aquí no se trata
de predicar eso, sino un feminismo con una actitud de solidaridad entre
compañeras y compañeros”: Deolinda Carrizo.
“Yo pienso que la mujer es
importante en el campo porque tiene más coraje que el varón. Yo no tengo miedo
a nada. Siempre les digo a mis compañeras que sin coraje no vamos a conseguir
nada”, relató a IPS.
Definir un feminismo propio no
es tarea fácil para la Coordinadora Latinoamericana de Organizaciones del
Campo-Vía Campesina, que celebra su VI Congreso entre l días 10 y 17 de
este mes, en el municipio argentino de Ezeiza, que forma parte del Gran Buenos
Aires.
Pero sus integrantes tienen
claro que no se limita a una “simple agenda de igualdad de género”.
La profundización del
feminismo en el ámbito rural fue parte del debate de la V Asamblea
Continental de Mujeres del Campo, un foro en el marco del Congreso
que congregó a 400 delegadas de 18 países latinoamericanos y caribeños y se
clausuró el martes 14.
Como ilustró Deolinda Carrizo,
del argentino Movimiento Nacional Campesino Indígena, en la
Asamblea al menos se intentó “abrir esos surcos cada vez más”.
El término de feminismo asusta
a muchas campesinas, según Rilma Román, delegada de la Asociación
Nacional Agricultores Pequeños de Cuba. Ella también integra la coordinación de
la organización internacional Vía Campesina, donde la mitad de sus líderes son
mujeres, según destacó.
“Asusta porque muchas veces se
piensa que feminismo es que las mujeres estemos solas luchando contra los
hombres, que somos dos bandos”, explicó a IPS. “Es un tema prácticamente
nuevo en nuestros debates. Creo que hay que darse un tiempo para poder explicar
y llegar a un consenso”, opinó la delegada cubana.
Hay que explicar, por ejemplo,
temas como el de la diversidad sexual. “Antes era muy difícil que en una
comunidad campesina encontraras travestis que se manifestasen. Había mucha auto
represión y represión que existe todavía”, relató Carrizo.
“A los más viejos les cuesta
mucho entender que hay compañeros que tienen otra opción sexual. Poco a poco
vamos viendo cómo abordar el tema y a animarlos a que lo acepten”,
agregó.
La V Asamblea de mujeres
rurales reconoce la “contribución histórica” del feminismo, pero parte de un
concepto diferente al del “capitalismo” que, interpretó Carrizo, impuso
la explotación, inclusive la de género.
Prefieren definirlo bajo la
lupa de la reforma agraria, la disputa contra las corporaciones transnacionales
agrícolas, la concentración de tierras y agua, el agro negocio y la mega
minería, que excluye y margina a hombres y mujeres.
La
inequidad en cifras
Según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la
Agricultura (FAO), 58 millones de mujeres viven en zonas rurales de América
Latina y representan una pieza clave de la seguridad alimentaria regional, de
la preservación de la biodiversidad y de la producción de alimentos saludables.
Pero, pese a que producen la mitad de los alimentos de la región, las mujeres rurales viven en situación de desigualdad social, política y económica. De aquellas de más de 15 años, solo 40 por ciento cuentan con ingresos propios y ostentan apenas 30 por ciento con la titularidad de la tierra, 10 por ciento de los créditos y cinco por ciento de la asistencia técnica.
Pero, pese a que producen la mitad de los alimentos de la región, las mujeres rurales viven en situación de desigualdad social, política y económica. De aquellas de más de 15 años, solo 40 por ciento cuentan con ingresos propios y ostentan apenas 30 por ciento con la titularidad de la tierra, 10 por ciento de los créditos y cinco por ciento de la asistencia técnica.
“Pero las mujeres,
especialmente las del medio rural siempre fueron más excluidas”, contextualizó
Marina dos Santos, del brasileño Movimiento de loa Trabajadores Rurales
Sin Tierra.
También lo están de las
políticas públicas de salud o educación, destacó a IPS.
“En Brasil están cerrando
escuelas rurales. Los puestos de salud, cuando los hay, no tienen médicos,
enfermeras o medicinas. Muchas mujeres en el campo comienzan su trabajo de
parto y por falta de hospitales o transporte terminan muriendo”, subrayó.
También se margina a las
mujeres de la titularidad de la tierra o el acceso al crédito rural.
“La mujer es la que más
trabaja pero es la última que tiene acceso a la tierra y la más explotada como
mano de obra barata. El éxodo rural hizo que los hombres salgan cada vez más a
trabajar fuera, y las mujeres se quedaron con la parte de subsistencia de sus
familias”, ejemplificó Santos.
“Los terrenos se adjudican
primero al hombre. Las mujeres que somos cabeza de familia, que no tenemos
compañeros, no tenemos posibilidades porque debemos tener como referente a un
hombre”, agregó Luzdari Molina, de la Federación Sindical Agropecuaria de
Colombia.
“Otra particularidad, como
sucede en Colombia, es que las mujeres del campo todavía están muy poco
escolarizadas, porque tenemos que ocuparnos del hogar”, detalló a IPS
Las participantes en la V
Asamblea destacaron como a las faenas domésticas y el cuidado de la familia, a
las mujeres se les suma el peso de la producción de alimentos.
“En Santiago del Estero, hay
épocas que tienen que ir al corral a atender los cabritos o vacas. Cuando
los hombres se van (como trabajadores temporeros a otras provincias), la mujer
se queda sosteniendo el trabajo del hogar y de la tierra”, añadió Carrizo.
“Las campesinas no somos
reconocidas como trabajadoras. En mi región (el departamento colombiano de
Boyacá) desde las tres de la madrugada estamos levantadas para ordeñar vacas,
cuidar la casa, preparar el desayuno para obreros, atender nuestra propia
producción y el día se nos va”, planteó Molina.
Las mujeres rurales,
según la argentina Carrizo, son también las que han ejercido
históricamente el rol de “guardianas de las semillas” y por ello viven como
“violencia” los intentos de “privatización de las semillas”.
Igualmente sienten como
violencia, aseguró la lideresa campesina argentina, las fumigaciones con
pesticidas, porque afectan “la salud de nuestros hijos y nuestra, porque causan
abortos espontáneos, malformaciones, y acumulación de estos venenos en la
leche materna”.
Además, la brasileña Santos
destacó que en aquellos problemas de género que son comunes con las mujeres
urbanas, la situación se agrava para quienes viven en el campo. Citó como
ejemplo el caso de la violencia doméstica, que empeora porque las comisarías
especializadas de la mujer están en las ciudades.
En Colombia, añadió argumentos
Molina, “no hay nada que les garantice a las mujeres alejarse del
territorio donde han sido agredidas”, lo que evita las denuncias.
“Los vecinos dicen no me meto,
las cosas de pareja se arreglan debajo de las cobijas (mantas). Pero cuando se
llega a los extremos, la comunidad va al entierro y hace misas para que le
salven el alma del pobre marido. Es muy triste pero es real”, lamentó.
La cuestión es cómo abordar
esos temas, a veces aceptados como naturales.
“En el campo hay mucho
machismo y muchas mujeres lo traen incorporado desde que nace”, observó la
cubana Román. “Hay compañeras o compañeros que creen que queremos que se
separen las familias, o el divorcio”, agregó.
Por eso, planteó Carrizo, debería
considerarse la “diferencia de cosmovisión de cada pueblo”.
“La mujer campesina en
Colombia, por ejemplo, no se siente identificada como feminista. Lo que les
choca (de la mujer urbana) es una cuestión de clase, que tienen ciertas
comodidades y actividades diferentes a las suyas”, acotó Molina.
“A veces arrastramos esa
concepción del feminismo como lo habíamos aprendido, de que para enfrentar al
machismo hay que tener una actitud opresora también. Pero aquí no se trata de
predicar eso, sino un feminismo con una actitud de solidaridad entre
compañeras y compañeros”, argumentó Carrizo (Fuente: Fabiana Frayssinet de IPS).
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