La crisis migratoria desatada
por los miles de niñas y niños de América Central detenidos en Estados
Unidos, representa una pérdida masiva de generaciones que huyen de la pobreza,
la violencia y la inseguridad en Honduras, Guatemala y El Salvador, los tres
países más violentos del llamado Triángulo Norte del istmo.
Unos 200
especialistas y funcionarios de países y organismos involucrados se congregaron
en Tegucigalpa para promover soluciones a la emergencia humanitaria, el
miércoles 16 y este jueves 17, en una Conferencia Internacional sobre
Migración, Niñez y Familia, convocada por el gobierno hondureño y el Fondo
de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF).
La conferencia concluyó con un llamado a establecer vías para que los
países involucrados implementen un programa con recursos suficientes para el
control efectivo de fronteras y la eliminación de “puntos ciegos”, usados en la
ruta del migrante.
También exhortaron a concretar rápidamente una iniciativa regional que
permita abordar esta crisis humanitaria en forma conjunta y definitiva, en
reconocimiento de una responsabilidad compartida para alcanzar la paz, la
seguridad, el bienestar y la justicia de las poblaciones centroamericanas.
Pero la declaración Hoja de Ruta:
Una invitación a la Acción pasó de generalidades y careció de compromisos
específicos para afrontar una crisis de dimensiones inéditas.
El gobierno de
Estados Unidos afirma que las patrullas fronterizas capturaron este año a
unos 47.000 menores de edad, que permanecen retenidos en saturados albergues
mientras se cumplen los trámites para su deportación.
José Miguel Insulza, secretario
general de la Organización de Estados Americanos (OEA), dijo durante la
conferencia que en el año 2011 los menores migrantes no acompañados de América
Central que buscaban ingresar a Estados Unidos fueron 4.059 menores.
Pero esa cifra
trepó a 21.537 en el 2013 y a 47.017 en lo que va del 2014.
“Esa gran cantidad
de niños son de México, Guatemala, Honduras y El Salvador. Se ha identificado
que 29 por ciento de esa cifra es de niños de Honduras, 23 por ciento de México,
y 24 por ciento de Guatemala y El Salvador”, resumió Insulza, antes de hacer un
llamado a no criminalizar la ola migratoria.
Las imágenes de
cientos de menores, subiendo solos o acompañados con familiares o extraños en
los vagones del tren mexicano conocido como “La Bestia”, con destino a la
frontera con Estados Unidos, despertó finalmente la preocupación de los
gobiernos del área por la situación.
En ello influyó el
anuncio de la administración de Estados Unidos de que comenzaría a realizar
deportaciones masivas de las niñas y niños interceptados en los últimos meses,
lo que comenzó a hacerse realidad con los menores hondureños el lunes 14.
La reunión de
Tegucigalpa congregó a funcionarios y expertos de países receptores y
expulsores de los migrantes. Durante sus debates, los participantes analizaron
que en el caso de Guatemala, la migración está dominada por la situación de
pobreza, mientras que en El Salvador y Honduras, la gente huye más aún de la
inseguridad ciudadana y la violencia criminal.
El presidente hondureño,
Juan Orlando Hernández, los llamó incluso “desplazados de guerra” y consideró
que se está ante una emergencia “que hoy ha explotado entre nosotros”.
De nueve menores
migrantes no acompañados que cruzan la frontera de Estados Unidos, siete son
hondureños que proceden de localidades denominadas como “territorios calientes”
de la inseguridad y violencia, dijo el mandatario.
Ricardo Puerta, un
experto en temas migratorios, dijo a IPS que la región centroamericana está
perdiendo a sus generaciones, “esto está golpeando duro, en especial en países
como Honduras donde la gente huye de la violencia y la edad de quienes emigran
oscila entre los 12 y 30 años”.
“Estamos perdiendo
muchos nuevos y buenos brazos y cerebros que por regla general no regresan, si
lo hacen es como turistas nacionales, pero no en forma permanente”, acotó.
Laura García
realiza servicios de limpieza. Cobra un promedio de 12 dólares por casa u
oficina que limpia, pero apenas sobrevivel. Ella quiere emigrar, sin importar
los riesgos ni lo que oye sobre el endurecimiento de las políticas migratorias
de Estados Unidos, cuyos funcionarios repiten sin cesar que los migrantes
centroamericanos no son “bienvenidos”.
“Escucho todo eso,
pero aquí no hay trabajo. Hay días en que limpio dos casas, otro solo una y a
veces ninguna. Y como soy una mujer mayor, que pasa los 35 (años), nadie quiere
darme empleo. Lucho y lucho, pero quiero probar allá en el Norte, dicen que
pagan mejor por cuidar gente”, explicó a IPS con voz entrecortada.
Además, vive en la
conflictiva y pobre colonia (barrio) San Cristóbal, en el norte de Tegucigalpa,
que las pandillas controlan y donde a partir de las 6:00 de la tarde imponen su
propia ley: nadie sale y nadie entra sin autorizarlo los delincuentes.
“Dicen que en el
camino (ruta migratoria) pasan muchas cosas, que asaltan, que secuestran, que
violan, dicen muchas cosas, pero tal como está aquí la situación, da igual
morir en el camino que aquí, acechada por las maras (pandillas), a la espera
que un día te peguen un tiro”, acotó.
En una intervención
ante la Conferencia Episcopal de Estados Unidos, el 7 de julio, el cardenal
hondureño, Óscar Andrés Rodríguez Maradiaga, advirtió en Washington sobre la
desesperanza que se vive en Honduras y el resto de América Central.
Es como si alguien ha desgarrado una arteria
en Honduras y otros países centroamericanos. El miedo, la pobreza agobiante y
sin futuro, significa que estamos perdiendo nuestra alma, nuestros jóvenes. Si
esto continúa sucediendo, los corazones de nuestra región dejarán de latir”,
aseguró el cardenal, en una intervención que aún no fue difundida en Honduras.
El prelado católico
fustigó las deportaciones masivas de menores hondureños que comenzaron a llegar
procedentes de México y Estados Unidos. “¿Se imagina si usted comienza su vida
adulta siendo tratado como un criminal? ¿A dónde ir desde allí?”, inquirió.
La Iglesia Católica hondureña
ha insistido en que el miedo y la pobreza agobiante, junto al desempleo y la
violencia, inducen a los padres a la desesperada medida de encaminar a sus
hijos al peligroso camino de la migración para salvarles la vida, al tiempo que
demanda políticas públicas incluyentes que eviten esta fuga generacional.
Guatemala, Honduras
y El Salvador son considerados países en donde la violencia creció, impulsada
por el desplazamiento de los carteles de México y Colombia del tráfico de
drogas, debido a la guerra antidrogas que libran los gobiernos de esos países.
En 2013, en El
Salvador la tasa de homicidios fue de 69,2 cada 100.000 habitantes, en
Guatemala de 30 y en Honduras de 79,7, según datos oficiales.
Actualmente, se
estima que más de un millón de hondureños residen en Estados Unidos, de una
población total de 8,4 millones de personas. En el 2013, esos migrantes
aportaron remesas al país por 3.100 millones de dólares, según datos de la
Asociación Hondureña de Instituciones Bancarias (Fuente: IPS).
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