Tras la invasión de Holanda, los
Frank, comerciantes judíos alemanes emigrados a Ámsterdam en 1933, se ocultaron
de la GESTAPO
en una buhardilla anexa al edificio donde el
padre de Ana tenía sus oficinas. Eran ocho personas y permanecieron
recluidas desde junio de 1942 hasta agosto de 1944, fecha en que fueron
detenidos y enviados a campos de concentración. En ese lugar y en las más
precarias condiciones, Ana, a la sazón una niña de trece años, escribió su
estremecedor Diario: un testimonio único en su género sobre el horror y la
barbarie nazi, y sobre los sentimientos y experiencias de la propia Ana y sus
acompañantes. Ana murió en el campo de Bergen-Belsen en marzo de 1945. Su
Diario nunca morirá.
Sábado, 20 de junio de 1942.
“Para alguien como yo es una sensación muy extraña
escribir un diario. No sólo porque nunca he escrito, sino porque me da la
impresión de que más tarde ni a mí ni a ninguna otra persona le interesarán las
confidencias de una colegiala de trece años. Pero eso en realidad da igual,
tengo ganas de escribir y mucho más aún de desahogarme y sacarme de una vez
unas cuantas espinas. El papel es más paciente que los hombres.”
“...No me falta nada, salvo la amiga del alma. Con
las chicas que conozco lo único que puedo hacer es divertirme y pasarlo bien.
Nunca hablamos de otras cosas que no sean las cotidianas, nunca llegamos a
hablar de cosas íntimas. Y ahí está justamente el quid de la cuestión. Tal vez
la falta de confidencialidad sea culpa mía, el asunto es que las cosas es que
las cosas son como son y lamentablemente no se pueden cambiar. De ahí este
diario.
Para realzar todavía más en mi fantasía la idea de
la amiga tan anhelada, no quisiera apuntar en este diario los hechos sin más,
como hace todo el mundo, sino que haré que el propio diario sea esa amiga, y
esa amiga se llamará Kitty.”
“Nuestras vidas transcurrían con cierta agitación,
ya que el resto de la familia que se había quedado en Alemania seguía siendo
víctima de las medidas antijudías
decretadas por Hitler. Tras los programas de 1938, mis dos tíos maternos
huyeron y llegaron sanos y salvos a Norteamérica; mi pobre abuela, que ya tenía
setenta y tres años se vino a vivir con nosotros.
Después de mayo de 1940, los buenos tiempos
quedaron definitivamente atrás: primero la guerra, luego la capitulación, la
invasión alemana, y así comenzaron las desgracias para nosotros los judíos. Las
medidas antijudías se sucedieron rápidamente y se nos privó de muchas
libertades. Los judíos deben llevar una estrella de David; deben entregar sus
bicicletas; no les está permitido viajar en tranvía; no les está permitido viajar en coche, tampoco en coches
particulares; los judíos sólo pueden hacer la compra desde las tres hasta las cinco de la tarde...los judíos no
pueden entrar en casa de cristianos; tienen que ir a colegios judíos, y otras
cosas por el estilo. Así transcurrían nuestros días: que si esto no lo podíamos
hacer, que si lo otro tampoco. Jacques siempre me dice: “Ya no me atrevo
a hacer nada, porque tengo miedo de que esté prohibido.”
Martes, 7 de marzo de 1944.
Querida Kitty:
“Después de Año nuevo...descubrí mis deseos de
tener...un amigo o novio; no quería una amiga mujer, sino un amigo varón.
También descubrí dentro de mí la felicidad y mi coraza de superficialidad y
alegría. Pero de tanto en tanto me volvía silenciosa. Ahora no vivo más que
para Peter, porque de él dependerá en gran medida lo que me ocurra de ahora en
adelante.
Y por las noches, cuando acabo mis rezos
pronunciando las palabras “Te doy las gracias por todas las cosas buenas,
queridas y hermosas”, oigo gritos de júbilo dentro de mí, porque pienso en
esas “cosas buenas”, como nuestro escondite, mi buena salud y todo mi
ser, en las cosas queridas, como Peter y esa cosa diminuta y sensible que ninguno de los dos se atreve a
nombrar aún, el amor, el futuro, la dicha, y en las cosas hermosas como el
mundo, la Naturaleza
y la gran belleza de todas las cosas hermosas juntas.
En esos momentos no pienso en la desgracia, sino en
todas las cosas bellas que aún quedan. Ahí está la gran parte de la diferencia
entre mamá y yo. El consejo que ella da para combatir la melancolía es:
“Piensa en toda la desgracia que hay en el mundo y alégrate que no te pase a
ti”.
En mi opinión, la frase de mamá no tiene validez, porque ¿qué se supone que
tienes que hacer cuando esa desgracia sí te pasa? Entonces, estás perdida. Por
otra parte, creo que toda desgracia va acompañada de alguna cosa bella, y si
te fijas en ella, descubres más alegría
y encuentras mayor equilibrio. Y el que es feliz hace feliz a los demás; el que
tiene valor y fe, nuca estará sumido en la desgracia”.
Rincón literario de URPI para los que inspiran sus
acciones en la lectura.
Boletín virtual de los sábados.
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