sábado, 5 de enero de 2013

PÁGINAS MEMORABLES


LA MAGIA CULTURAL:

EL AÑO NUEVO

 

Por: Robert Volmat  

 En la magia cultural los comportamientos individuales mágicos se insertan en una visión de la vida y del mundo socialmente acreditado: los símbolos mágicos son auténticamente comunicantes, y por tanto no aíslan al individuo, sino que lo reintegran al mundo cultural dado, ayudándole a superar las crisis existenciales de aislamiento y de impotencia.

Así, por ejemplo, la repetición del acto cosmogónico en la fiesta del Año Nuevo babilónico (akitu), se encuadra en un horizonte cuyas figuras pertenecen a una determinada tradición mítica: el tiempo del año saliente es suprimido ritualmente, y de modo simbólico el orden social y natural queda reabsorbido en el Caos primordial.

La entronización de un rey carnavalesco, la humillación del verdadero soberano, el derrocamiento de las jerarquías sociales, constituyen algunos de los más significativos comportamientos simbólicos de la fiesta.

A la simbólica regresión al caos primordial sigue la repetición del acto cosmogónico, que tuvo lugar in illo tempore, y que cada año es reactualizado ritualmente.

La comunidad participa en esa regresión a los orígenes y en esa nueva creación; un momento del ciclo festivo se dedica a la predeterminación de los destinos del nuevo año, mientras que la “hierogamia” ritual subraya simbólicamente el renacimiento del mundo y del hombre.

La fiesta babilónica del akitu moviliza, pues, todos los dispositivos simbólicos que la civilización ha afrontado para enmascarar la angustiosa historicidad del devenir y para “estar en la historia como si no estuviese”, obteniendo de ese sistema protector la posibilidad de reintegrar los individuos singulares de sus crisis existenciales.

El enfermo de Santa Ana, en cambio, no se inserta en ningún dispositivo de protección de su propia civilización, sino que vuelve a plasmar privadamente, en sentido mágico, la representación de los “microbios”, que pertenece a una tradición científica definida, nacida en polémica con los comportamientos mágicos.

Los participantes en la fiesta del Año Nuevo babilónico resolvían sus crisis individuales vaciándolas en un horizonte comunicante e intersubjetivo, en el que había colaborado la historia entera de la comunidad para encarar la angustia de la historia y que encontraba expresión en una “fiesta” institucional; el enfermo de Santa Ana, en cambio, no podía participar en ninguna fiesta de aquella índole, y celebraba sus propios ritos en el patio de una clínica psiquiátrica, en una “soledad” histórico-cultural que constituía su enfermedad, y en un lugar que, por su naturaleza de clínica, subrayaba la ocurrida fractura y la inautenticidad de su contrato de reintegración.

 

Tomado del libro  Magia y Civilización, Editorial “El Ateneo”, Buenos Aires, , 1965.

 

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