LA MAGIA
CULTURAL:
EL AÑO NUEVO
Por: Robert Volmat
En la magia cultural los
comportamientos individuales mágicos se insertan en una visión de la vida y del
mundo socialmente acreditado: los símbolos mágicos son auténticamente
comunicantes, y por tanto no aíslan al individuo, sino que lo reintegran al
mundo cultural dado, ayudándole a superar las crisis existenciales de
aislamiento y de impotencia.
Así, por ejemplo, la
repetición del acto cosmogónico en la fiesta del Año Nuevo babilónico (akitu),
se encuadra en un horizonte cuyas figuras pertenecen a una determinada
tradición mítica: el tiempo del año saliente es suprimido ritualmente, y de
modo simbólico el orden social y natural queda reabsorbido en el Caos primordial.
La entronización de un rey
carnavalesco, la humillación del verdadero soberano, el derrocamiento de las
jerarquías sociales, constituyen algunos de los más significativos
comportamientos simbólicos de la fiesta.
A la simbólica regresión al
caos primordial sigue la repetición del acto cosmogónico, que tuvo lugar in
illo tempore, y que cada año es reactualizado ritualmente.
La comunidad participa en
esa regresión a los orígenes y en esa nueva creación; un momento del ciclo
festivo se dedica a la predeterminación de los destinos del nuevo año, mientras
que la “hierogamia” ritual subraya simbólicamente el renacimiento del mundo y
del hombre.
La fiesta babilónica del
akitu moviliza, pues, todos los dispositivos simbólicos que la civilización ha
afrontado para enmascarar la angustiosa historicidad del devenir y para “estar
en la historia como si no estuviese”, obteniendo de ese sistema protector la
posibilidad de reintegrar los individuos singulares de sus crisis
existenciales.
El enfermo de Santa Ana, en
cambio, no se inserta en ningún dispositivo de protección de su propia
civilización, sino que vuelve a plasmar privadamente, en sentido mágico, la
representación de los “microbios”, que pertenece a una tradición científica
definida, nacida en polémica con los comportamientos mágicos.
Los participantes en la
fiesta del Año Nuevo babilónico resolvían sus crisis individuales vaciándolas
en un horizonte comunicante e intersubjetivo, en el que había colaborado la
historia entera de la comunidad para encarar la angustia de la historia y que
encontraba expresión en una “fiesta” institucional; el enfermo de Santa Ana, en
cambio, no podía participar en ninguna fiesta de aquella índole, y celebraba
sus propios ritos en el patio de una clínica psiquiátrica, en una “soledad”
histórico-cultural que constituía su enfermedad, y en un lugar que, por su
naturaleza de clínica, subrayaba la ocurrida fractura y la inautenticidad de su
contrato de reintegración.
Tomado del libro
Magia y Civilización, Editorial “El Ateneo”, Buenos Aires, , 1965.
Rincón
literario de URPI para los que inspiran sus acciones en la lectura.
Boletín virtual de los sábados.
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