Por: Dante Alighieri
Cuando llegamos al fondo del obscuro pozo, mucho más
debajo de donde tenía los pies el gigante, como yo estuviese aún mirando el
alto muro, oí que me decían: - cuidado como andas; procura no pisar las cabezas
de nuestros infelices y torturados hermanos-. Volvime al oír esto, y vi delante
de mí y a mis pies un lago, que, por estar helado, parecía de vidrio y no de
agua. Ni el Danubio en Austria, durante el invierno, ni el Tanais allá, bajo el
frío cielo, cubren su curso de un velo
tan denso como el de aquel lago; en cual aunque hubieran caído el Tabernick o
el Pietrapana, no habrían causado la menor hendidura fuera del agua, en la
estación en que la villana sueña que espiga, así estaban aquellas sombras llorosas
y lívidas, sumergidas en el hielo hasta el sitio donde aparece la vergüenza,
produciendo con sus dientes el mismo sonido que la cigüeña con su pico.
Tenían todas el rostro vuelto hacia abajo; su boca
daba muestras del frío que sentían y sus ojos las daban de la tristeza de su
corazón. Cuando hube examinado algún tiempo en torno mío, miré a mis pies, y vi
dos sombras tan estrechamente unidas, que sus cabellos se mezclaban.
-Decidme quiénes sois vosotros que tano unís vuestros
pechos, dije yo. Levantaron la cabeza, y después de haberme mirado, sus ojos,
húmedos por dentro derramaron lágrimas sobre los labios; congelólas el frío en
éstos quedando la boca sellada.
Ninguna grapa unió jamás tan fuertemente dos trozos de
madera; por lo cual ambos condenados se embistieron como dos carneros. Tanta
fue la ira que los dominó. Y otro, a quien el frío había hecho perder las
orejas, me dijo sin levantar la cabeza:-¿Por qué nos miras tanto? Si quieres
saber quiénes son estos dos, te diré que el valle por donde corre el Biasenzio
fue de su padre Alberto y de ellos (1). Ambos salieron de un mismo cuerpo; y
aunque recorras toda la Caína, no encontrarás una sombra más digna de estar
sumergida en el hielo, ni aun la de aquel a quien la mano de Arturo rompió de
un golpe el pecho y la sombra, ni la de Focaccia, ni la de este que se llamó
Camiccione de Pazzi, y que espero a Carlino, cuyas culpas harán aparecer menos
graves las mías.
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(1)
El
Biasenzio corre por el valle de Falterona, entre Luca y Florencia. En este
valle tuvo sus posesiones Alberto degli Alberti. Muerto éste, sus dos hijos
Alejandro y Napoleón (nacidos de una misma madre) se disputaron la herencia, y
el uno mató al otro a traición.
(*) Fragmento de la Divina Comedia, Canto XXXII del
Infierno, Noveno círculo donde están él los traidores.
Rincón literario de URPI para los que inspiran sus
acciones en la lectura.
Boletín virtual de los sábados.

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