El invierno todavía
no llegó a esta ciudad del noroeste de Siria, casi totalmente sitiada, pero
niñas y niños ya van a clases con abrigos gruesos y gorros para protegerse del
frío.
Las aulas subterráneas, húmedas y frías están menos expuestas a las
bombas y a los ataques aéreos del gobierno de Bashar al Assad.
De camino a una escuela subterránea que IPS visitó a fines de octubre,
niñas y niños atraviesan comercios con las fachadas destruidas por los ataques
aéreos y con lo que queda de los carteles publicitarios de lo que fueron
tiendas de ropa, peluquerías u otros negocios y en las que ahora se pueden ver
pintadas en negro del grupo extremista Estado Islámico (EI), que controló la
zona brevemente, antes de ser expulsado por los rebeldes sirios.
La organización yihadista todavía trata de ganar terreno; el frente de
lucha más cercano se encuentra en Marea, a 30 kilómetros de las áreas
controladas por la oposición al este de Alepo.
Los niños también no tienen más opción que ser testigos de la
destrucción dejada por el régimen de Damasco, que trata de imponer un sitio
total en las zonas controladas por la oposición, y que solo necesitará avanzar
unos pocos kilómetros más de terreno para lograrlo.
Algunos niños parecen atemorizados, pero muchos sonríen y lanzan
carcajadas en los atestados bancos de madera de las hacinadas habitaciones
frías. Dos niños, al frente del aula, se hamacan abrazados y cantan
alborotados.
Algunas de las paredes rugosas se pintaron de celeste o se engalanaron
con decoraciones alegres para “levantar el ánimo a los niños”, explicó una
maestra. También se colgaron algunos pósteres de cómics en uno de los
corredores.
Las clases comienzan a las nueve de la mañana y terminan a la una de la
tarde, contó a IPS una de las instructoras, Zakra, quien cursaba quinto año de
ingeniería en la universidad.
Por enseñar matemáticas, inglés y ciencias, Zakra cobra 50 dólares al
mes. No hay hombres entre el personal docente y las 15 maestras tienen atuendos
negros que les cubren todo el cuerpo. Algunas, incluso, llevan el rostro
oculto, aunque no todas.
IPS no pudo sacar fotografías porque algunas todavía tienen familiares
en las zonas controladas por el régimen de Damasco.
“La escuela abrió el año pasado”, contó Zakra. “Pero dejó de funcionar
entre octubre de 2013 y julio de 2014 porque fue muy peligroso continuar con
las actividades en medio de los bombardeos, aun si las escuelas eran
subterráneas”, apuntó.
La joven maestra dijo que piensa irse para seguir estudiando en Turquía,
pero todavía no sabe cuándo, principalmente por cuestiones económicas.
Los alumnos más grandes quedan a la deriva y tienen que estudiar por su
cuenta porque la escuela que visitó IPS y otras parecidas atienden solo a niños
y niñas de seis a 13 años.
El director del departamento de educación de la municipalidad de Alepo,
Mahmoud Al-Qudsi, dijo a IPS que funcionaban 115 escuelas en la zona, pero que
la mayoría eran apartamentos en planta baja, sótanos, y otras instalaciones.
Solo quedan 20 escuelas originales, de las 750 que existían antes de la
guerra civil.
Las fuerzas de Damasco han atacado instalaciones educativas y de la
salud en las zonas controladas por la oposición durante todo el conflicto, por
lo que los esfuerzos se concentran en mantener sus ubicaciones en secreto.
Los adolescentes que preparan su “baccalaureat”, diploma de educación
secundaria, estudian en sus casas, indicó. Luego van a determinados centros en
las fechas señaladas, por lo general a fines de junio y principios de julio, para
dar los exámenes.
A través del canal de televisión Alepo Today, que transmite desde
Gaziantep, y de avisos callejeros se informa de los lugares y el horario de las
pruebas.
Turquía, Libia y Francia reconocen los exámenes del “baccalaureat”,
indicó Qudsi. Pero “las universidades francesas solo aceptaron a cinco alumnos
nuestros el año pasado”, se lamentó.
Los programas siguen siendo los mismos que aprobó el régimen de Al
Assad, pero se sacaron las partes consideradas más “nacionalistas” y que
elogian a la familia gobernante, y en las clases de religión ahora se enseña
que “es un deber religioso combatir al régimen” de Damasco.
“También queremos cambiar los programas, pero ahora no podemos. Queremos
uno que hayan elegido todos los sirios y haya sido concebido por todos, pero
ahora no podemos, dada la situación”, constató Qudsi. “Obviamente no tenemos
dinero para imprimir nuevos libros”, reconoció.
La mayoría de los salarios docentes se pagan gracias a varias
organizaciones internacionales y asociaciones privadas porque la municipalidad
no tiene fondos, apuntó.
Qudsi aseguró que hasta los padres más fundamentalistas no han interferido
con la educación. “Estamos todos juntos en esto. Sus hijos también concurren a
nuestras escuelas”, subrayó.
El bombardeo cesó totalmente por unos días, a principios del otoño
boreal, porque los rebeldes se acercaron a las fábricas donde el régimen arma
bombas rudimentarias de chatarra y explosivos. Pero los ataques se reanudaron
cuando las fuerzas de Damasco avanzaron sobre el terreno.
Al llegar al blanco de uno de esos ataques, IPS vio cómo las fuerzas de
defensa civil extraían un cuerpo de entre los escombros, antes de apresurarse
con sus linternas a otra parte del edificio derrumbado, donde tres niños
pequeños habían quedado atrapados bajos los escombros. Los tres estaban
muertos.
La escuela, por lo menos, permite que los niños se concentren en otra
cosa que no sea la destrucción y la muerte que los rodea, dijo Qudsi a IPS, y
“son la única posibilidad de que Siria tenga un futuro”, se lamentó (Fuente:
IPS).
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