sábado, 8 de diciembre de 2012

PÁGINAS MEMORABLES


LA GENEALOGÍA DE LA MORAL

(Fragmento)

Por: Friedrich Nietzsche

 

¿Qué significan los ideales ascéticos? – Entre artistas, nada o demasiadas cosas diferentes; entre filósofos y personas doctas, algo así como un olfato y un instinto para percibir las condiciones más favorables de una espiritualidad elevada; entre mujeres, en el mejor de los casos, una amabilidad más de la seducción, un poco de morbidezza (morbidez) sobre una carne hermosa, la angelicidad de un bello animal grueso; entre gentes fisiológicamente lisiadas y destempladas (la mayoría de los mortales), un intento de encontrarse “demasiado buenas” para este mundo, una forma sagrada de desenfreno, su principal recurso en la lucha contra el lento dolor y contra el aburrimiento; entre sacerdotes, la auténtica fe sacerdotal, su mejor instrumento de poder, y también la “suprema autorización para el mismo; finalmente, entre santos, un pretexto de letargo invernal, su novissima gloriae (novísima avidez de gloria), su descanso en la nada (“Dios”), su forma peculiar de locura.

Ahora bien, en el hecho de que el ideal ascético haya significado tantas cosas para el hombre se expresa la realidad fundamental de la voluntad humana, su horror vacui (horror al vacío): esa voluntad necesita una meta – y prefiere querer la nada a no querer - ¿Se me entiende?...¿Se me ha entendido?... “¡De ninguna manera, señor!” – Comencemos, pues, desde el principio.

¿Qué significan los ideales ascéticos? – O para tomar un solo caso con respecto al cual se me ha consultado con bastante frecuencia, ¿qué significa, por ejemplo, el que un artista como Richard Wagner rinda homenaje a la castidad en los días de su vejez? Es verdad que, en cierto sentido, eso lo hizo siempre; pero sólo en el último momento lo hizo en un sentido ascético. ¿Qué significa  esa modificación del “sentido”, ese radical cambio de sentido? – pues fue un cambio, y con él Wagner directamente el salto a su antítesis?... Supuesto que queramos detenernos un poco esta cuestión, nos viene aquí en seguida el recuerdo de la época más buena, más fuerte, más jubilosa, más valerosa que hubo tal vez en la vida de Wagner: fue cuando el pensamiento de las bodas de Lutero le ocupaba de una manera íntima y profunda. ¿Quién sabe de qué azares ha dependido propiamente el que nosotros tengamos hoy, en lugar de aquella música nupcial, Los maestros cantores? ¿Y cuánto de aquella sigue resonando todavía en éstos? Pero no hay ninguna duda de que esas Bodas de Lutero, se habría tratado de un elogio de la castidad. También, de todos modos, de un elogio de la sensualidad: - y justo así me parecería bien, justo así habría sido ello también “wagneriano”. Pues entre castidad y sensualidad no se da una antítesis necesaria; todo buen matrimonio, toda auténtica relación amorosa de corazón está por encima de esa antítesis.

A mi parecer, Wagner habría hecho bien en llevar de nuevo el ánimo de sus alemanes esta agradable realidad, con ayuda de una graciosa y atrevida comedia sobre Lutero, pues hay y habido siempre entre los alemanes muchos calumniadores de la sensualidad; y acaso el mérito de Lutero en ninguna otra cosa fue más grande que en haber tenido cabalmente el valor de la sensualidad (- entonces se la llamaba con bastante delicadeza, “libertad evangélica”). Pero aun en el caso de que exista realmente esa antítesis entre castidad y sensualidad, no es necesario, por fortuna, que sea ya una antítesis trágica. Esto debería valer al menos de todos los mortales dotados de mejor constitución, dotados de mejor constitución, dotados de mejores ánimos, los cuales están lejos de contar sin más, entre las razones contrarias a la existencia, su lábil equilibro entre “la bestia y el ángel”, - los más sutiles y los más lúcidos, como Goethe, como Hafis, han visto incluso como un atractivo más de la vida. Precisamente tales “contradicciones” tientan seductoramente a existir…Por otro lado, resulta manifiesto que cuando los cerdos lisiados son llevados a adorar la castidad - ¡y tales cerdos existen! – ven y adoran ella sólo su antítesis, la antítesis del cerdo lisiado - ¡oh, es fácil imaginar con qué  trágico gruñido y fervor lo hacen! -, aquella penosa y superflua antítesis que Richard Wagner, al final de su vida, quiso, sin ninguna duda, poner todavía en música y llevar a la escena. Mas ¿con qué finalidad?, es lícito y justo preguntar. Pues ¿qué le importaban a él los cerdos, qué nos importan a nosotros?

 

 

 

Tomado de  La genealogía de la moral, obra  de Friedrich Nietzsche, publicada  por Alianza Editorial, Madrid, 1972. 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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