LA GENEALOGÍA DE LA MORAL
(Fragmento)
Por: Friedrich Nietzsche
¿Qué significan los ideales
ascéticos? – Entre artistas, nada o demasiadas cosas diferentes; entre
filósofos y personas doctas, algo así como un olfato y un instinto para
percibir las condiciones más favorables de una espiritualidad elevada; entre
mujeres, en el mejor de los casos, una amabilidad más de la seducción, un poco
de morbidezza (morbidez) sobre una carne hermosa, la angelicidad de un bello
animal grueso; entre gentes fisiológicamente lisiadas y destempladas (la
mayoría de los mortales), un intento de encontrarse “demasiado buenas” para
este mundo, una forma sagrada de desenfreno, su principal recurso en la lucha
contra el lento dolor y contra el aburrimiento; entre sacerdotes, la auténtica fe
sacerdotal, su mejor instrumento de poder, y también la “suprema autorización
para el mismo; finalmente, entre santos, un pretexto de letargo invernal, su
novissima gloriae (novísima avidez de gloria), su descanso en la nada (“Dios”),
su forma peculiar de locura.
Ahora bien, en el hecho de
que el ideal ascético haya significado tantas cosas para el hombre se expresa
la realidad fundamental de la voluntad humana, su horror vacui (horror al
vacío): esa voluntad necesita una meta – y prefiere querer la nada a no querer
- ¿Se me entiende?...¿Se me ha entendido?... “¡De ninguna manera, señor!” –
Comencemos, pues, desde el principio.
¿Qué significan los ideales
ascéticos? – O para tomar un solo caso con respecto al cual se me ha consultado
con bastante frecuencia, ¿qué significa, por ejemplo, el que un artista como
Richard Wagner rinda homenaje a la castidad en los días de su vejez? Es verdad
que, en cierto sentido, eso lo hizo siempre; pero sólo en el último momento lo
hizo en un sentido ascético. ¿Qué significa
esa modificación del “sentido”, ese radical cambio de sentido? – pues
fue un cambio, y con él Wagner directamente el salto a su antítesis?...
Supuesto que queramos detenernos un poco esta cuestión, nos viene aquí en
seguida el recuerdo de la época más buena, más fuerte, más jubilosa, más
valerosa que hubo tal vez en la vida de Wagner: fue cuando el pensamiento de
las bodas de Lutero le ocupaba de una manera íntima y profunda. ¿Quién sabe de
qué azares ha dependido propiamente el que nosotros tengamos hoy, en lugar de
aquella música nupcial, Los maestros cantores? ¿Y cuánto de aquella sigue
resonando todavía en éstos? Pero no hay ninguna duda de que esas Bodas de
Lutero, se habría tratado de un elogio de la castidad. También, de todos modos,
de un elogio de la sensualidad: - y justo así me parecería bien, justo así
habría sido ello también “wagneriano”. Pues entre castidad y sensualidad no se
da una antítesis necesaria; todo buen matrimonio, toda auténtica relación
amorosa de corazón está por encima de esa antítesis.
A mi parecer, Wagner habría
hecho bien en llevar de nuevo el ánimo de sus alemanes esta agradable realidad,
con ayuda de una graciosa y atrevida comedia sobre Lutero, pues hay y habido
siempre entre los alemanes muchos calumniadores de la sensualidad; y acaso el
mérito de Lutero en ninguna otra cosa fue más grande que en haber tenido
cabalmente el valor de la sensualidad (- entonces se la llamaba con bastante
delicadeza, “libertad evangélica”). Pero aun en el caso de que exista realmente
esa antítesis entre castidad y sensualidad, no es necesario, por fortuna, que
sea ya una antítesis trágica. Esto debería valer al menos de todos los mortales
dotados de mejor constitución, dotados de mejor constitución, dotados de
mejores ánimos, los cuales están lejos de contar sin más, entre las razones
contrarias a la existencia, su lábil equilibro entre “la bestia y el ángel”, -
los más sutiles y los más lúcidos, como Goethe, como Hafis, han visto incluso
como un atractivo más de la vida. Precisamente tales “contradicciones” tientan
seductoramente a existir…Por otro lado, resulta manifiesto que cuando los
cerdos lisiados son llevados a adorar la castidad - ¡y tales cerdos existen! –
ven y adoran ella sólo su antítesis, la antítesis del cerdo lisiado - ¡oh, es fácil
imaginar con qué trágico gruñido y
fervor lo hacen! -, aquella penosa y superflua antítesis que Richard Wagner, al
final de su vida, quiso, sin ninguna duda, poner todavía en música y llevar a
la escena. Mas ¿con qué finalidad?, es lícito y justo preguntar. Pues ¿qué le
importaban a él los cerdos, qué nos importan a nosotros?
Tomado de La
genealogía de la moral, obra de
Friedrich Nietzsche, publicada por
Alianza Editorial, Madrid, 1972.
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