sábado, 1 de diciembre de 2012

PÁGINAS MEMORABLES


EL UMBRAL DE MIS DELIRIOS

 

 

Por: Sergio Verástegui Valderrama

 

Guardo un vivo recuerdo de Kurt Ahumada. Los ojos encendidos, la lengua salivando al vociferar la grandeza de Adolf Hitler a los cuatro o cinco chicos que, como yo, rehuíamos la pelota, la pega y otros juegos menos inocentes para conversar sobre temas librescos. Los antiguos romanos, los ovnis, las pirámides, los nazis, la religión, las líneas de Nazca, todo entremezclado y, a la vez, tan claro. Algo de razón llevaría Wilde cuando decía que los jóvenes lo saben todo. Al menos, tener esa certeza es suficiente cuando se tienen diez años. Ya después, al llegar la adolescencia, uno se da cuenta de la extensión y las tinieblas del camino hacia los sueños, tan vívidamente, que ya no sabe si esas ilusiones son lo que realmente anhela. Descubre el amor y, también, el dolor. Y, entonces, como Sócrates criollos, con unas gotas de ron fluyendo en las venas, se nos viene la convicción de que nada sabemos y, lo más trágico, nada podemos saber.

Me alejo, amable lector o lectora, de los amoríos que suelo relatar en esta serie. Apelo a su condescendencia (complicidad), pues quiero recordar. Aparte de un periodo histórico que nos enseñó, entre otras cosas, que las fuerzas del amor y la concordia pueden ser más fuertes que las del odio y la prepotencia, fue por una de las fanfarronadas de Kurt que descubrí los prolegómenos del mundo del sexo; que se empezaba a abrir ante mí como miles de grietas en la inútil bóveda de mi educación religiosa. Como toda revelación mística, las palabras de aquel loco no dieron cabida a fútiles sutilezas: "Cuando cumpla dieciocho años iré a un burdel a festejar"... "Pero, supongo que llevarás condón"... "Claro, pues, o qué te crees, que soy idiota, con la pila de enfermedades que me puedo pegar"... "Porque para tirarte a una puta hay que tener cuidado"... "Qué estúpido eres, si todo el mundo sabe que a la primera no pasa nada"... Y otras sandeces por el estilo.

En nuestra cultura, la primera aproximación a los misterios de la cópula no está a cargo de expertos, de entendidos o, cuando menos, de quienes son responsables de nuestra educación. Como en la Secta del Fénix soñada por Borges son los más cretinos, los menos conocedores, los más abyectos representantes de la hez de la didáctica quienes se encargan de llenarnos el cerebro con un fárrago de estupideces que ya nunca seremos capaces de arrancar, del todo, de nuestras vidas. Después, podrán mostrarnos treinta millones de tediosos videos educativos, obligarnos a leer cincuenta mil libros de monócromas ilustraciones, hacernos sufrir cuatrocientas conferencias dedicadas a los adeptos al masoquismo intelectual. Mas, el frasco de nuestra moral sexual guardará siempre un tizne del primer perfume que conservó, aunque éste haya sido elaborado a partir del agua de las cloacas, mezclada con un poquito de kerosene y acíbar.

Así me sucedió. Al principio creí que "condón" era una marca de moto, no podía adivinar lo que era un burdel y no tenía la menor idea de cómo se conjugaba aquel verbo de uso tan ordinario. Algo sabía sobre el correcto empleo del adjetivo "puta", ya que mi madre lo pronunciaba continuamente al referirse a cierta vecina que cada fin de semana cambiaba de novio y de vestido... Igual sonreí a todos los chistes que hacían y por suerte, un segundo antes de que pudieran advertir que era un completo ignorante en tales materias, sonó el timbre redentor que anunciaba el término del segundo recreo (el último del día). Más tarde, mis amigos del barrio se encargaron de enseñarme el significado de todos esos vocablos tan profusamente vertidos. Y, ya de adolescente, aguardé el momento de llevar a la práctica aquellos conocimientos lexicográficos con todo el éxito que narraban mis camaradas.

Cuán erráticos eran mis delirios. Sin proponérmelo, los hados habían determinado que aquel niño de diez años se mantenga sin mácula alguna per saecula saeculorum. El tiempo fue pasando. Amigos, y luego amigas, cruzando fácilmente el umbral de ese universo que yo sólo podía ver a través de la cúpula de mis temores, inseguridades e impaciencias. Una timidez que llegaba hasta la náusea, un amor que se alegraba al ver el objeto de sus deseos en brazos de otro, disfrazando bajo un ridículo manto de nobleza su repugnante cobardía. Transcurrieron los días, los meses, los años... Niñas lindas, niñas con brackets, niñas de firmes pantorrillas, niñas de generoso escote, niñas de amables caderas, todas ellas atravesaban mi vida como vuela el águila sobre un jardín de hermosas y perfumadas flores.

 

 

Martes, 19 de febrero del 2008.


 

 

 

 

 

Tomado de  El Walhalla de Regois, publicación inédita del hombre de leyes, ensayista y literato Sergio Verástegui Valderrama (nacido en Lima el 5 de febrero de |980).

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