EL
UMBRAL DE MIS DELIRIOS
Por: Sergio Verástegui Valderrama
Guardo un vivo recuerdo de Kurt
Ahumada. Los ojos encendidos, la lengua salivando al vociferar la grandeza de
Adolf Hitler a los cuatro o cinco chicos que, como yo, rehuíamos la pelota, la
pega y otros juegos menos inocentes para conversar sobre temas librescos. Los
antiguos romanos, los ovnis, las pirámides, los nazis, la religión, las líneas
de Nazca, todo entremezclado y, a la vez, tan claro. Algo de razón llevaría
Wilde cuando decía que los jóvenes lo saben todo. Al menos, tener esa certeza
es suficiente cuando se tienen diez años. Ya después, al llegar la
adolescencia, uno se da cuenta de la extensión y las tinieblas del camino hacia
los sueños, tan vívidamente, que ya no sabe si esas ilusiones son lo que
realmente anhela. Descubre el amor y, también, el dolor. Y, entonces, como
Sócrates criollos, con unas gotas de ron fluyendo en las venas, se nos viene la
convicción de que nada sabemos y, lo más trágico, nada podemos saber.
Me alejo, amable lector o
lectora, de los amoríos que suelo relatar en esta serie. Apelo a su
condescendencia (complicidad), pues quiero recordar. Aparte de un periodo
histórico que nos enseñó, entre otras cosas, que las fuerzas del amor y la concordia
pueden ser más fuertes que las del odio y la prepotencia, fue por una de las
fanfarronadas de Kurt que descubrí los prolegómenos del mundo del sexo; que se
empezaba a abrir ante mí como miles de grietas en la inútil bóveda de mi
educación religiosa. Como toda revelación mística, las palabras de aquel loco
no dieron cabida a fútiles sutilezas: "Cuando cumpla dieciocho años iré a
un burdel a festejar"... "Pero, supongo que llevarás condón"...
"Claro, pues, o qué te crees, que soy idiota, con la pila de enfermedades
que me puedo pegar"... "Porque para tirarte a una puta hay que tener
cuidado"... "Qué estúpido eres, si todo el mundo sabe que a la
primera no pasa nada"... Y otras sandeces por el estilo.
En nuestra cultura,
la primera aproximación a los misterios de la cópula no está a cargo de
expertos, de entendidos o, cuando menos, de quienes son responsables de nuestra
educación. Como en la Secta
del Fénix soñada por Borges son los más cretinos, los menos conocedores, los más
abyectos representantes de la hez de la didáctica quienes se encargan de
llenarnos el cerebro con un fárrago de estupideces que ya nunca seremos capaces
de arrancar, del todo, de nuestras vidas. Después, podrán mostrarnos treinta
millones de tediosos videos educativos, obligarnos a leer cincuenta mil libros
de monócromas ilustraciones, hacernos sufrir cuatrocientas conferencias
dedicadas a los adeptos al masoquismo intelectual. Mas, el frasco de nuestra
moral sexual guardará siempre un tizne del primer perfume que conservó, aunque éste haya sido
elaborado a partir del agua de las cloacas, mezclada con un poquito de kerosene
y acíbar.
Así me sucedió. Al
principio creí que "condón" era una marca de moto, no podía adivinar
lo que era un burdel y no tenía la menor idea de cómo se conjugaba aquel verbo
de uso tan ordinario. Algo sabía sobre el correcto empleo del adjetivo
"puta", ya que mi madre lo pronunciaba continuamente al referirse a
cierta vecina que cada fin de semana cambiaba de novio y de vestido... Igual
sonreí a todos los chistes que hacían y por suerte, un segundo antes de que
pudieran advertir que era un completo ignorante en tales materias, sonó el
timbre redentor que anunciaba el término del segundo recreo (el último del
día). Más tarde, mis amigos del barrio se encargaron de enseñarme el
significado de todos esos vocablos tan profusamente vertidos. Y, ya de
adolescente, aguardé el momento de llevar a la práctica aquellos conocimientos
lexicográficos con todo el éxito que narraban mis camaradas.
Cuán erráticos eran mis delirios.
Sin proponérmelo, los hados habían determinado que aquel niño de diez años se
mantenga sin mácula alguna per saecula saeculorum. El tiempo fue
pasando. Amigos, y luego amigas, cruzando fácilmente el umbral de ese universo
que yo sólo podía ver a través de la cúpula de mis temores, inseguridades e
impaciencias. Una timidez que llegaba hasta la náusea, un amor que se alegraba
al ver el objeto de sus deseos en brazos de otro, disfrazando bajo un ridículo
manto de nobleza su repugnante cobardía. Transcurrieron los días, los meses,
los años... Niñas lindas, niñas con brackets, niñas de firmes pantorrillas,
niñas de generoso escote, niñas de amables caderas, todas ellas atravesaban mi
vida como vuela el águila sobre un jardín de hermosas y perfumadas flores.
Martes, 19 de febrero del 2008.
Tomado de El
Walhalla de Regois, publicación inédita del hombre de leyes, ensayista y
literato Sergio Verástegui Valderrama (nacido en Lima el 5 de febrero de |980).
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