En las montañas del Valle
Sagrado de los Incas, en este pueblo de los Andes de Perú, a más de 3 mil metros sobre el nivel del mar, los quechuas
que pueblan el área desde siempre observan como su cultivo milenario, la papa,
peligra por la alteración de las lluvias y la temperatura.
“Definitivamente la seguridad
alimentaria de las familias está en riesgo. En septiembre empieza la época de
lluvias, los campos deberían estar verdes pero solo ha llovido dos o tres días
y el efecto del calor nos preocupa mucho”, contó a IPS el técnico agropecuario
Lino Loayza, coordinador del Parque de la Papa.
Si la sequía, como parece, se
prolonga más, “el próximo año no tendremos buena cosecha”, detalló el
responsable de esta unidad de conservación biocultural, que se ubica en el
municipio rural de Pisac y une a cinco comunidades indígenas situadas en la
provincia de Calca, en el departamento suroriental de Cusco.
“La papa nos une
a todos, en nuestro estilo de vida, gastronomía, cultura y espiritualidad. Las
papas son sagradas, tenemos que saber cómo tratarlas, son importantes para
nuestro sustento y se conectan y nos conectan con la vida”: Lino Mamani.
En altitudes de hasta 4mil 500
metros, el parque se extiende por un área de 9.200 hectáreas donde 6.000
indígenas de cinco comunidades –Amaru, Chawaytire, Pampallaqta, Paru Paru y
Sacaca– conviven con sus tradiciones agrícolas de cultivo de la papa, ritos
espirituales y conservación de la biodiversidad nativa.
El Parque de la Papa, un mosaico
de campos que albergan la mayor diversidad de papas en el mundo,
1.460 variedades, fue creado el 2002 con el apoyo de la Asociación Andes.
Esta área protegida, situada
en el Valle Sagrado de los Incas, está rodeada de imponentes cumbres de
montañas, conocidas como “Apus”, entidades divinas protectoras de la vida, y
que hasta hace poco estaban cubiertas de nieves perpetuas.
“Ahora la gente recién está
despertando respecto al problema del cambio climático. Comienza a pensar en el
futuro de la vida, en el futuro de la familia. ¿Cómo será el tiempo? ¿Tendrá
comida?”, planteó a IPS el dirigente comunitario Lino Mamani, de 50 años, uno
de los “papa arariwa (guardián de la papa, en quechua)” del parque.
Para él, quien dude del cambio
climático, puede venir a comprobarlo en los Andes peruanos. “La Pachamama
(madre tierra, en quechua) está nerviosa por lo que estamos haciendo con ella.
Todos los cultivos están moviéndose para arriba de la montaña en áreas cada vez
más altas, hasta que se vuelvan imposibles”, detalló.
Con la elevación de las
temperaturas, aumentan además las plagas y enfermedades como el “gorgojo de los
Andes”, un gusano blanco que ataca los cultivos, o la “rancha negra”.
Para evitar sus daños a los
cultivos, durante los últimos 30 años los productores ya elevaron el cultivo de
la papa más de 1.000 metros de altitud, afirmó Mamani, en un dato confirmado
por la Asociación Andes y por investigadores del Centro Internacional de
la Papa (CIP), con sede en Lima.
Pero el impacto más dramático
para los cultivadores quechua de Cusco se ha producido los últimos 15 años.
“La naturaleza solía informar el mejor periodo
para cada paso de la agricultura. Pero ahora, Pachamama está confusa,
estamos perdiendo nuestra referencia de los animales y plantas que no tienen
más época para florecer”, se lamentó Mamani.
El suelo está más seco y
periodo de maduración de las papas se abrevió ya de seis o cinco meses a
cuatro.
“La papa nos une a todos, en
nuestro estilo de vida, gastronomía, cultura y espiritualidad. Las papas son
sagradas, tenemos que saber cómo tratarlas, son importantes para nuestro
sustento y se conectan y nos conectan con la vida”, admitió el papa araiwa.
Mamani reside en la comunidad
Pampallaqta y mantiene en su chacra (finca) de menos de una hectárea 280
variedades de papas, la mayoría cultivadas en partes altas de las montañas.
No solo las papas sufren con
las alteraciones climáticas, también los demás cultivos tradicionales de los
quechuas del valle, como habas, cebada, quinua y maíz, cuya siembra ha trepado
montaña arriba para preservarse. “Necesitamos apoyo para su adaptación”,
apeló Mamani.
Innovación versus extinción
El curador del banco de
germoplasma del CIP, Rene Gómez, pronostica que a este ritmo de sequías
prolongadas y altas temperaturas buena parte del año, seguidas de drásticas
heladas y caídas de la temperatura que congelan los campos, las papas están en
“absoluto riesgo” en los Andes peruanos.
“Estimo que en 40 años no va a
haber donde cultivar las papas”, advirtió a IPS el investigador, para quien si
bien no parece posible frenar el cambio climático, sí lo es desarrollar
alternativas para el milenario cultivo.
Pero admitió que ya está
dejando de ser rentable sembrar papas nativas a 3.800 metros sobre el nivel del
mar, en la llamada parte baja del parque.
“Hay salidas, hay que utilizar los genes.
Hemos identificado al menos 11 cultivares tolerantes a la vez a sequías y
heladas”, explicó el científico.
Además, “estamos haciendo un
experimento para interpretar cómo está variando el clima, cómo se están
comportando las papas a una altitud de 4 mil 450 metros y cuánto aguantan con
200 milímetros de lluvia al año”, detalló. Después de esa altitud la montaña se
vuelve un erial de roca.
Las papas nativas soportan una
variación de temperatura de menos de 2,8 grados centígrados a 40 grados, pero
con esas oscilaciones extremas no conservan sus propiedades. Para que los
tubérculos mantengan óptimos sus nutrientes necesitan de una temperatura que
varíe entre los cuatro y los 12 grados.
Para preservar la papa andina
se está articulando una alianza de innovación científica y saberes
tradicionales quechuas en que participan la Asociación Andes, el CIP y el
Programa de Investigación sobre Cambio Climático, Agricultura y Seguridad
Alimentaria, del Consorcio de Centros Internacionales de Investigación Agraria.
Mientras se busca un nuevo
hábitat en altitudes muy elevadas y tierras áridas y poco fértiles, en el
Parque de la Papa se ayuda a los campesinos a adaptar sus cultivos.
Por su parte, las familias
nativas cuidan el almacenaje de alimentos secos, como los chuños y
morayas, papas de especies amargas que son deshidratadas mediante diferentes técnicas
tradicionales, y que desde la civilización incaica permiten conservar el
tubérculo hasta por 10 años.
Los indígenas reclaman que
muchos varones tienen que dejar sus pueblos en búsqueda de empleo en las
ciudades, dejando las tareas domésticas, de telares y de agricultura a las
mujeres. “La preocupación nuestra ahora es si vamos a tener comida para el
futuro”, lamentó a IPS el indígena Elisban Tacuri.
La quechua Ancelma Apaza dijo
a IPS que es cada vez es más difícil calcular cuántos alimentos hay que
almacenar para asegurar el sustento familiar todo el año. “Las mujeres
participamos en la producción y conservación de los alimentos, pero ahora nos
cuesta saber cuánta comida guardar, porque no sabemos si la cosecha va a ser
buena”, comentó.
Añadió que en el Parque de la
Papa batallan por mantener los hábitos culinarios heredados de sus ancestros,
pero que ahora las familias deben completar su alimentación con productos
industriales.
Para preservar su sagrado
tubérculo, los quechuas del parque establecieron un almacén comunitario de
papas y semillas.
Desde 2011 mantienen un
depósito con capacidad para 8.000 kilogramos, denominado “Papa Takena Wasi”. En
quechua “takena” significa guardar y “wasi”, hogar.
“Guardamos aquí las papas que
tienen valor cultural y nos permite compartir las semillas con las comunidades
que las necesitan”, explicó Mariano Apukusi, otro guardián de la papa (Fuente:
IPS).
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