sábado, 16 de febrero de 2013

PÁGINAS MEMORABLES


DE LOS CAZADORES DE GUANACO

 

Por: Luis G. Lumbreras

 

 

En unos siglos el ambiente cambió en toda la tierra; los bosques se convirtieron en zonas casi desérticas, los animales murieron, extinguiéndose muchas especies. Desapareció la fauna de los gigantes “mastodontes” y “megaterios”, desaparecieron los caballos y los tigres “diente de sable”, en cambio, en el páramo y los prados una especie más bien “moderna” de auquénidos, el guanaco, crecía en número y reemplazaba a los animales extinguidos, junto al guanaco debía estar la vicuña, ambos descendientes del “paleo-lama”, extinto habitante de los Andes durante el pasado “pleistoceno”. Modernos cérvidos, que ahora llamamos “tarucas” o “tarugos”, con otros venados más pequeños y roedores como la “vizcacha”, todos formaban un mundo nuevo que afectó notablemente  a los hombres primitivos que poblaban el Ande.

No sabemos aún que pasó: he ahí una laguna en el conocimiento que los arqueólogos deberán resolver; lo cierto es que junto a esta nueva fauna aparecieron también nuevas costumbres y hasta quizá nuevos hombres.

En efecto, en las cuevas y los campamentos abrigados, los cazadores fabricaban finos instrumentos de piedra, especialmente hechos para cazar animales, para ser lanzada como puntas de dardos que penetraban en el cuerpo de los animales y los herían y mataban. Hacer esas “puntas” no es fácil, requiere de una técnica especial y mucha experiencia; hay que saber dónde golpear cada piedra, con qué intensidad y en qué dirección; hay que saber escoger las piedras. No es un trabajo sencillo; requiere de muchos conocimientos…pero ellos sabían hacerlo, a diferencia de sus predecesores. Los primeros cazadores que hacían estas puntas aparecieron hacia el año 10,000 a.C., pero sabemos casi nada de lo que sucedió en los dos milenios anteriores; así pues, no sabemos si los que estaban aquí lo aprendieron de algún otro lugar, si son otros pobladores que quizás exterminaron a los precedentes. Esto aún no lo sabemos, ¡no sabemos!, pero algún día la ciencia lo sabrá.

Hay buenas indicaciones sobre unos cazadores que vinieron del norte, pasando por el estrecho de Panamá, pasando por Quito; algunos de ellos se establecieron en Junín, en Ayacucho y quién sabe en qué otros lugares, mientras otros continuaron su larga caminata hasta llegar al mismísimo extremo del continente, en la Patagonia. Ellos hacían unas “puntas” en forma de pescado, muy hermosas y quizá tenían sus antepasados en unos viejos cazadores de los llanos norteamericanos a los que se conoce con el nombre de “Clovis”, que vinieron entre los años 15,000 y 8,000 a.C., es decir en el lapso en el que se produce tan importante cambio en el Perú.

En fin, sea cual fuere su origen, ahí están los “cazadores superiores” coincidiendo con la iniciación del período llamado “post glacial” que sucede al pleistoceno o “edad de los hielos”.

Es ésta una era de mejor vida para los hombres. Las familias reunidas aún en “bandas” de reducido número, dispusieron, al parecer de más alimentos, no porque hubieran más animales para cazar y más plantas o insectos para recolectar, sino porque sus instrumentos eran mejores y facilitaban una más regular obtención de recursos. El hombre que puede cazar con dardos, no tiene que esperar que los animales mueran para consumirlos; además no tienen que aproximarse a ellos para matarlos, si sus dardos pueden ser arrojados por un propulsor.

Las pequeñas comunidades de recolectores-cazadores aumentaron así en número y tamaño y ocuparon casi todos los “pisos” ecológicos del territorio, en la costa, los valles y especialmente las “lomas”, sirvieron como asiento de los cazadores; en la sierra, habitaron las altiplanicies y también los valles.

Al igual que sus predecesores no tenían una habitación estable y permanente; eran trashumantes. Su vida, no transcurría, por supuesto, en un trajinar azaroso, no. Ellos tenían un territorio conocido por el cual hacían un periódico recorrido en el curso del año; de esta manera, tenían varios campamentos a los que llegaban en ciertas temporadas. Era una especie de circuito a lo largo de un territorio de caza y recolecta; en la estación lluviosa, cuando hay frutas y maduran los granos y los tubérculos y los animales encuentran pasto verde, se establecían en un campamento en las partes bajas, mientras que en la temporada de sequía el campamento más favorable debía el del páramo en donde vivían los guanacos y otros animales, aunque no hubiesen muchas plantas para comer; y entre el páramo y las zonas verdes, boscosas, hay otros lugares que en el curso del periplo debieron servir para campamentos.

Encontrar buenos lugares para que la banda se establezca, no es, a no dudarlo, una tarea fácil; se trataba de lugares abrigados que no hay en todas partes; las cuevas son inmejorables y la banda en posesión de ellas debió cuidarlas con mucho celo de cualquier advenedizo. Por eso las cuevas fueron también una suerte de santuarios y los cazadores pintaron en sus paredes, quién sabe qué mensajes mágicos que sus hijos y los hijos de sus hijos se encargaron de cuidar por siglos. En aquellas pinturas rupestres con gran frecuencia aparece el hombre ligado al animal vital, el guanaco, que le servía de alimento. Quizá si con estas figuras obtenían ellos “mejores cacerías”, pero eran también, estos dibujos, una especie de sellos de la banda.

La banda creció mucho; en algunos lugares como Lauricocha, en Huánuco, en Junín o en Ayacucho, se formaron verdaderas macrobandas.

 

Tomado de Los Orígenes de la Civilización en el Perú de Luis G. Lumbreras, editorial Milla Batres, 1974.

 

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