DE LOS CAZADORES DE GUANACO
Por: Luis G. Lumbreras
En unos siglos el ambiente
cambió en toda la tierra; los bosques se convirtieron en zonas casi desérticas,
los animales murieron, extinguiéndose muchas especies. Desapareció la fauna de
los gigantes “mastodontes” y “megaterios”, desaparecieron los caballos y los
tigres “diente de sable”, en cambio, en el páramo y los prados una especie más
bien “moderna” de auquénidos, el guanaco, crecía en número y reemplazaba a los
animales extinguidos, junto al guanaco debía estar la vicuña, ambos
descendientes del “paleo-lama”, extinto habitante de los Andes durante el
pasado “pleistoceno”. Modernos cérvidos, que ahora llamamos “tarucas” o
“tarugos”, con otros venados más pequeños y roedores como la “vizcacha”, todos formaban
un mundo nuevo que afectó notablemente a
los hombres primitivos que poblaban el Ande.
No sabemos aún que pasó: he
ahí una laguna en el conocimiento que los arqueólogos deberán resolver; lo
cierto es que junto a esta nueva fauna aparecieron también nuevas costumbres y
hasta quizá nuevos hombres.
En efecto, en las cuevas y
los campamentos abrigados, los cazadores fabricaban finos instrumentos de
piedra, especialmente hechos para cazar animales, para ser lanzada como puntas
de dardos que penetraban en el cuerpo de los animales y los herían y mataban.
Hacer esas “puntas” no es fácil, requiere de una técnica especial y mucha
experiencia; hay que saber dónde golpear cada piedra, con qué intensidad y en
qué dirección; hay que saber escoger las piedras. No es un trabajo sencillo;
requiere de muchos conocimientos…pero ellos sabían hacerlo, a diferencia de sus
predecesores. Los primeros cazadores que hacían estas puntas aparecieron hacia
el año 10,000 a.C., pero sabemos casi nada de lo que sucedió en los dos
milenios anteriores; así pues, no sabemos si los que estaban aquí lo
aprendieron de algún otro lugar, si son otros pobladores que quizás
exterminaron a los precedentes. Esto aún no lo sabemos, ¡no sabemos!, pero
algún día la ciencia lo sabrá.
Hay buenas indicaciones
sobre unos cazadores que vinieron del norte, pasando por el estrecho de Panamá,
pasando por Quito; algunos de ellos se establecieron en Junín, en Ayacucho y
quién sabe en qué otros lugares, mientras otros continuaron su larga caminata
hasta llegar al mismísimo extremo del continente, en la Patagonia. Ellos hacían
unas “puntas” en forma de pescado, muy hermosas y quizá tenían sus antepasados
en unos viejos cazadores de los llanos norteamericanos a los que se conoce con
el nombre de “Clovis”, que vinieron entre los años 15,000 y 8,000 a.C., es
decir en el lapso en el que se produce tan importante cambio en el Perú.
En fin, sea cual fuere su
origen, ahí están los “cazadores superiores” coincidiendo con la iniciación del
período llamado “post glacial” que sucede al pleistoceno o “edad de los
hielos”.
Es ésta una era de mejor
vida para los hombres. Las familias reunidas aún en “bandas” de reducido
número, dispusieron, al parecer de más alimentos, no porque hubieran más
animales para cazar y más plantas o insectos para recolectar, sino porque sus
instrumentos eran mejores y facilitaban una más regular obtención de recursos.
El hombre que puede cazar con dardos, no tiene que esperar que los animales
mueran para consumirlos; además no tienen que aproximarse a ellos para
matarlos, si sus dardos pueden ser arrojados por un propulsor.
Las pequeñas comunidades de
recolectores-cazadores aumentaron así en número y tamaño y ocuparon casi todos
los “pisos” ecológicos del territorio, en la costa, los valles y especialmente
las “lomas”, sirvieron como asiento de los cazadores; en la sierra, habitaron
las altiplanicies y también los valles.
Al igual que sus
predecesores no tenían una habitación estable y permanente; eran trashumantes.
Su vida, no transcurría, por supuesto, en un trajinar azaroso, no. Ellos tenían
un territorio conocido por el cual hacían un periódico recorrido en el curso
del año; de esta manera, tenían varios campamentos a los que llegaban en
ciertas temporadas. Era una especie de circuito a lo largo de un territorio de
caza y recolecta; en la estación lluviosa, cuando hay frutas y maduran los
granos y los tubérculos y los animales encuentran pasto verde, se establecían
en un campamento en las partes bajas, mientras que en la temporada de sequía el
campamento más favorable debía el del páramo en donde vivían los guanacos y
otros animales, aunque no hubiesen muchas plantas para comer; y entre el páramo
y las zonas verdes, boscosas, hay otros lugares que en el curso del periplo
debieron servir para campamentos.
Encontrar buenos lugares
para que la banda se establezca, no es, a no dudarlo, una tarea fácil; se
trataba de lugares abrigados que no hay en todas partes; las cuevas son
inmejorables y la banda en posesión de ellas debió cuidarlas con mucho celo de
cualquier advenedizo. Por eso las cuevas fueron también una suerte de
santuarios y los cazadores pintaron en sus paredes, quién sabe qué mensajes
mágicos que sus hijos y los hijos de sus hijos se encargaron de cuidar por
siglos. En aquellas pinturas rupestres con gran frecuencia aparece el hombre
ligado al animal vital, el guanaco, que le servía de alimento. Quizá si con
estas figuras obtenían ellos “mejores cacerías”, pero eran también, estos
dibujos, una especie de sellos de la banda.
La banda creció mucho; en
algunos lugares como Lauricocha, en Huánuco, en Junín o en Ayacucho, se
formaron verdaderas macrobandas.
Tomado de Los Orígenes de la Civilización en el Perú
de Luis G. Lumbreras, editorial Milla Batres, 1974.
Rincón
literario de URPI para los que inspiran sus acciones en la lectura.
Boletín virtual de los sábados.
No hay comentarios:
Publicar un comentario