sábado, 25 de mayo de 2013

PÁGINAS MEMORABLES: EL ALMA IBÉRICA


Por: Juan A. Mackay

 

 
“El África empieza en los Pirineos”. Esta frase de un famoso escritor francés jamás ha sido rebatida seriamente por la vecina suriana de Francia. Y hay distinguidos españoles contemporáneos que aun se sienten ufanos de lo que esa frase implica. Al sur de la barrera de montañas que separa la Península Ibérica del resto de Europa los panoramas característicos son africanos. También los habitantes de esta región, especialmente de la mayor y más importante de ellas que se llama España, pertenecen étnica y espiritualmente al continente africano más bien que al europeo, casi de la misma manera que Rusia pertenece a Asia. Según muchos antropólogos, el español es “el primogénito del antiguo africano del norte, que ahora es considerado generalmente como progenitor del elemento principal y más numeroso de la población de Europa”. En tejido de su alma, que es la expresión más perfecta que se ha dado en la historia de lo humanamente primitivo y sin complicaciones, los hilos fundamentales no son célticos o fenicios, romanos o godos, sino iberos y por lo tanto africanos. Don Miguel de Unamuno, el más español de los españoles, se gloriaba del parentesco de sus antepasados vascos con berberiscos o cabilas del Monte Atlas.

La invasión morisca, a la que siguieron ocho siglos de lucha defensiva, en el  curso de la cual se trasmitió al defensor cristiano el alma islámica del invasor, hizo a España todavía más africana, y así fue dos veces verdad que España fue el don del cinturón marítimo de Noráfrica a Europa. Esa fue la misma faja costera que en los primeros siglos de la era cristiana dio a Europa las grandes figuras de San Agustín y Tertuliano. Guardémonos de despreciar a África como madre de razas. “El Continente Negro – dice el conde de Keyserling – posee más potencia creadora que cualquier otro del mundo. Todo lo que tiene su origen en África, sigue siendo siempre africano en mente y espíritu”. Al español se le ha llamado el eterno africano, y por su mediación se imprimió para siempre en las pampas y sierras de la América Hispana el sello indeleble del África.

 

 

(*) Tomado de “El otro Cristo español” del Dr. Juan A. Mackay, quien vivió en España, Perú  y México. Su aprehensión de la cultura hispana e hispanoamericana se debió tanto a su estadía en esos países como al contacto con personajes de renombre literario como Don Miguel de Unamuno en España, así como su estudio profundo de las obras literarias desde el Siglo de Oro hasta principios del siglo actual.

 

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