POR:
RICARDO VERÁSTEGUI LÓPEZ
Con una
celeridad impresionante se vienen construyendo en nuestro país miles de
viviendas que van cambiando el paisaje urbanístico de Lima y las principales
capitales de región.
Hecho que
nos parece hablar de familias deseosas de tener un techo seguro y disfrutar de
un hogar para los suyos.
Sin
embargo, un significativo número de estos edificios, de variado precio y
diverso estilo arquitectónico, se está convirtiendo en un lugar de paso o de
breves encuentros entre sus ocupantes, donde el calor del hogar está ausente
porque éste simplemente no existe.
El hogar,
que se supone es la fragua donde sus miembros dialogan, donde se preocupan los
unos por los otros, donde intercambian ideas para apoyarse mutuamente en la
proyección de sus existencias, es el gran ausente de modernos y, muchas veces,
bellos condominios.
Para que
exista hogar no basta que estén conviviendo padres e hijos en un mismo
ambiente, donde cada uno parece un alma en pena quejándose de todo o atendiendo
a su celular mientras come o centra su atención en lo que transmite un
televisor.
Para que
exista hogar es necesario que la vitalidad de nuestro espíritu la circulemos
con nuestros próximos en una verdadera comunión de esperanzas y proyectos
compartidos, donde sintamos la solidaridad del otro que es distinto a nosotros, que representa una
identidad diversa a la nuestra que debemos respetar, pero que es, a la vez, igual a nosotros por ser una persona humana,
con los mismos derechos y responsabilidades.
Este
ágape, fruto de un diálogo basado en la equidad y la concertación de
voluntades, enriquecerá nuestro ser y lo
sacará de su individualismo para convertirlo en un ser para el otro que,
con su alteridad, nos recordará que no es posible proyectarnos hacia las metas
que deseamos si permanecemos como islas, aislados de los demás, sin trazar
puentes que nos posibiliten intercambiar lo mejor de nosotros y nos hagan
superar nuestros errores. Errores que cometemos por ser seres contingentes,
pero que, precisamente, por serlo podemos resolver en un espíritu de
fraternidad que, muchos hemos perdido desde que Caín asesinó a su hermano
Abel.
(*) Periodista.
Rincón literario de URPI para los que inspiran sus
acciones en la lectura.
Boletín virtual de los sábados.
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