La historia de vida de Jalil
Ahmed parece salida de una película de Bollywood, pero no lo es. Y por eso es una
fuente de inspiración tan grande para los cientos de miles de niños y niñas que
mendigan en las calles de Pakistán.
Los habitantes de la tranquila
ciudad pakistaní de Gambat, situada a 500 kilómetros de la ciudad portuaria de
Karachi, donde Ahmed era una cara conocida, no lo reconocerían hoy a sus 12
años.
Con su uniforme limpio y
planchado, los zapatos lustrados, el pelo reluciente y bien peinado, y las uñas
impecablemente recortadas, Ahmed dista mucho de aquel niño escuálido, sucio y
desaliñada que era a sus ocho años, cuando se lo veía pidiendo limosna a
los transeúntes, de la mano de su abuela.
"No me
gustaba lo que estaba haciendo. No quería ser visto como un mendigo. Me dolía
cuando la gente me maltrataba o decía cosas feas”: Jalil Ahmed.
A veces mendigaba incluso
fuera del campus Behram Rustomji, la escuela donde ahora está matriculado como
alumno.
Actualmente en el cuarto
grado, sus maestros dicen que es uno de los niños más brillantes de su clase de
20 estudiantes, 13 de los cuales son niñas.
Situado en el pueblo de Pipri,
donde más de 95 por ciento de las aproximadamente 1, 000 familias se ganan la
vida pidiendo limosna, esta humilde institución le dio a Ahmed la excepcional
oportunidad de recibir una educación, en un país donde 42 por ciento de los
habitantes con más de 10 años de edad son analfabetos.
En Pipri, a 45 kilómetros de
la ciudad de Sukkur, la tercera más grande de la provincia de Sindh, Ahmed y
decenas de niños como él abandonan poco a poco la escudilla de mendigar y se
acercan a los lápices y los libros escolares.
Analfabetismo generalizado
La escuela está dirigida por
una organización sin fines de lucro llamada La fundación ciudadana (TCF, en
inglés), creada en 1995 por un grupo de pakistaníes indignados por el pésimo
estado de la enseñanza en Pakistán.
Fiel a su promesa, TCF dirige
hoy 1.060 centros de enseñanza en todo el país que reciben a niños y niñas de
las comunidades más marginadas, con el fin de eliminar las barreras de clase
que les quitan oportunidades a los pobres, que representan 22 por ciento de los
180 millones de habitantes de este país del sur de Asia.
Antes de inscribirse en Behram
Rustomji, Ahmed era tanto el producto como la imagen de las enormes
desigualdades que aquejan a la sociedad pakistaní y que complican sus esfuerzos
para alcanzar los Objetivos de Desarrollo del Milenio de la Organización de las Naciones Unidas,
cuyo plazo vence a fines de este año.
La pobreza y el analfabetismo
se cuentan entre los más graves obstáculos del desarrollo en Pakistán, y aunque
se lograron algunos avances para darles igualdad de oportunidades a todos los
ciudadanos, aún quedan brechas enormes.
Por ejemplo, de acuerdo con el
Informe de Examen de Pakistán 2015 de Educación para Todos,
publicado en colaboración con la Organización de Naciones Unidas para la
Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco), se calcula que 6,7 millones de niños
actualmente no asisten a la escuela, y que la mayoría, con 62 por ciento, son
niñas.
De los aproximadamente 21,4
millones de niños y niñas en edad escolar matriculados en las escuelas, solo 66
por ciento permanecerá hasta el quinto grado, mientras que 33,2 por ciento
abandonará la enseñanza antes de completar el nivel primario, pronostica el
informe de Unesco.
La situación es peor para los
niños de la calle, que con el fin de ayudar a salir adelante a sus familias
indigentes, se ven obligados a vagar durante horas pidiendo monedas.
La Sociedad para la Protección
de los Derechos de la Infancia cree que
cerca de 1.5 millón de niños viven y trabajan en las calles de Pakistán.
Pocos llegarán a ver el
interior de una escuela o tendrán un empleo digno. La mayoría está simplemente
condenada a una vida de pobreza entre los 22 millones de pakistaníes que ganan
menos de 1.25 dólares al día, según el
Banco Mundial.
Los expertos coinciden en que,
sin la educación adecuada, los niños y niñas nacidos en familias de bajos
ingresos tienen menos probabilidades de ascender en la escala socioeconómica.
La lucha contra la desigualdad
en el aula
Por suerte, las escuelas de
TVC ayudan a remediar esta situación ofreciendo la opción de “pago según las
posibilidades” de las familias que no pueden pagar las cuotas escolares.
“Nuestra cuota mínima es de
diez rupias (unos 0,09 dólares) por mes, y la razón de esto es que la gente
valora los servicios que tienen un costo monetario”, explicó Ayesha Jatib,
gestora de contenidos en el departamento de marketing de TCF.
El gasto promedio mensual de
una familia equivale a no más de 30 rupias (0,29 dólares), añadió en diálogo
con IPS.
Aunque esa cantidad no es
insignificante para quienes viven al borde de la inanición, para los niños como
Ahmed es un pequeño precio a pagar a cambio de un sinfín de oportunidades.
“No me gustaba lo que estaba
haciendo. No quería ser visto como un mendigo. Me dolía cuando la gente me
maltrataba o decía cosas feas”, reconoció a IPS.
Ahora que Ahmed pasa la mayor
parte del tiempo estudiando, su madre recorre las calles junto a su padre para
compensar la pérdida de ingresos. Ambos ganan unos pocos dólares al día, dinero
que por lo general se destina inmediatamente a la compra de alimentos para la
familia.
No
están solos en sus pesares
Rabail Abbas Phulpoto, la
directora de la escuela a la que asiste Ahmed, dijo que 85 por ciento de sus
estudiantes proceden de familias que mendigan para ganarse la vida y, por lo
tanto, son reacias a permitirles a sus hijos que abandonen la calle por el
pizarrón.
“Empecé a colaborar con la
comunidad hace unos tres años”, explicó Phulpoto, de 25 años. “Hubo resistencia
al principio, pero después de ocho meses de diálogo persistente descubrí que
(los padres) cedían. Algunos enviaron a sus hijos, pero no a sus hijas, y me
enteré de que incluso esos niños seguían mendigando después de la escuela”, aseguró.
En la actualidad, 235 de los
350 alumnos de la escuela eran niños de la calle. “Finalmente asimilaron lo
importante que es la educación. Y la historia de los niños es una fuente de
inspiración constante”, afirmó la directora.
No obstante, Ahmed siente que
tiene una asignatura pendiente.
“Me gustaría crecer
rápidamente, para que mis padres no tuvieran que trabajar”, expresó (Fuente:
Zofeen Ebrahin, IPS).
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