(CRÓNICAS
VIAJERAS)
Urpi quiere acompañarles en este proceso que nos revelará lo que somos y lo que aspiramos ser.
Como quinta entrega, Urpi
nos invita a, de la mano del historiador Luis Lumbreras mediante su obra Los orígenes
de la civilización en el Perú, acercarnos a conocer de cerca la cultura Chavín,
aparecida en la sierra norte de nuestro país en la actual región Áncash.
Cuando se ingresa al templo
de Chavín, se tiene la sensación de entrar en un mausoleo lleno de fantasmas
feroces. El silencio es total, pues ni siquiera se escucha el ruido del viento
del exterior, del que uno está separado por gruesas murallas y un sólido techo
de piedra.
Las galerías son angostas,
altas frías; es fácil perderse en ellas; forman un laberinto cruel para el
neófito. Al centro, en medio de una granizada de piedras, hay un cuchillo gigantesco, tallado
en piedra y clavado en lo profundo de la tierra; le llaman “el Lanzón”.
Tiene más de cuatro metros.
Pero no es simplemente la figura de un cuchillo, es más bien la terrible imagen
de un dios humanizado, que ávido de sangre muestra las fauces con filudos colmillos
curvos. Tiene la mano derecha en alto y las uñas son garras y los cabellos son
serpientes. Es impresionante la figura de este dios perdido hoy en el laberinto
de un templo destruido por los siglos.
Chavín está en medio de la
sierra, en un lugar en donde comienza a formarse el Callejón de Conchucos,
entre las montañas al pie de un río. Las montañas están al oriente de la
cordillera Blanca, aquella del Huascarán y el río se llama Mosna.
Es éste un lugar que sirve
de testimonio de lo que ocurrió en el país hace más de tres mil años, cuando
unos hombres construyeron una nueva forma de vida.
Ya no eran más, los habitantes
andinos, trashumantes cazadores-recolectores, el nuevo régimen permitió un
ascenso de la importancia de los núcleos de vida en las aldeas, de manera tal
que ellas fueron creciendo en número y tamaño-.
El avance de la tecnología
agraria había creado la necesidad de nuevos tipos de personas, a manera de
especialistas dedicados al estudio de los movimientos del sol, las estrellas y
la luna y al mismo tiempo técnicos en la distribución de las aguas para la
ampliación y servicio de los campos de cultivo; estos especialistas vivían en
las aldeas y a medida que avanzaban sus conocimientos aumentaban su prestigio y
su poder social; más bien que científicos en posesión de conocimientos
derivados del estudio, ellos eran poseedores del don “sobrenatural” de
controlar las lluvias y los cursos de agua, por lo tanto estaban ligados a los
dioses; eran “sacerdotes” de los dioses.
Algunas aldeas devinieron en
centros ceremoniales que, para ser tales, requirieron de nuevos tipos de
especialistas y otros servidores. Los
sacerdotes, más bien técnicos hidráulicos, formaron en torno a los templos, que
ellos mismos comenzaron a edificar, una élite de servidores “a tiempo completo”
deslizados del campo, principalmente constituida por artesanos. Los ceramistas
más destacados de la comunidad, los mejores tejedores, los picapedreros fueron
asimilados al servicio de los templos, donde los sacerdotes “adivinaban” los
períodos de sequía, de lluvia.
Los sacerdotes fabricaban
los objetos litúrgicos que acompañaban las ceremonias de los sacerdotes.
*Despacho
especial de Urpi Consultores que sale los días martes desde el 5 de marzo del
2013.
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