martes, 9 de abril de 2013

NUESTRA MADRE TIERRA: CRÓNICAS VIAJERAS


Para amar a nuestra madre tierra hay que conocerla y para conocerla hay que caminar por senderos  que no conocemos, abrir vías, dialogar con sus moradores, saborear el fruto de sus entrañas.
Urpi quiere acompañarles en este proceso que nos revelará lo que somos y lo que aspiramos ser.
Como cuarta  entrega, Urpi nos invita a visitar el complejo arqueológico de Wari, ubicado a 2 mil 830 metros sobre el nivel del mar en el kilómetro 25 de la carretera Ayacucho-Quinua, en Pacaycasa.  

Wari, que data de unos 500 años a.e., es considerado uno de los más importantes legados del antiguo imperio del Tawantinsuyo y  está situado a 20 kilómetros de la ciudad de Huamanga.

Los arqueólogos consideran que esta ciudad Estado albergó a una población estimada en 50 mil personas en la época del incanato, las que habitaron en cerca de 20 mil hectáreas de extensión. 

El complejo arqueológico de Wari nos presenta una vasta variedad de arquitecturas, construidas tomando como base la piedra y el barro, así como de exquisitos acabados en color rojizo y blanco.


Los muros de la ciudad están hechos de laja y de argamasa de barro arcilloso, que  llegan a una altura de 12 metros de alto con un grosor de tres metros, lo que demuestra que se encontraban a la vanguardia en estrategias de guerra de su época.

Peru.travelguia.net refiere que el interior de la ciudadela es increíble, con divisiones rectangulares y cuadrangulares, donde monumentales viviendas y demás tipos de edificación tenían cimientos. Sin embargo, señala esta fuente, la cultura Wari era seguidora notoria de cultos religiosos, los cuales eran honrados con cámaras y recintos especiales, donde se puede apreciar el fino acabado de aquellos destacados artesanos del mundo incaico.


El historiador Luis Lumbreras en su libro “Los orígenes de la civilización el Perú”, explica que la cultura Wari surge sobre la base de una sociedad llamada Huarpa, que había logrado dominar plenamente la difícil geografía de la región Ayacucho.

Los Huarpa, en toda la cuenca de Ayacucho y Huanta tuvieron realmente sólo una ciudad y  en cambio muchísimas aldeas, la ciudad se llama ahora Ñawimpukyo y desde allí se domina un extenso paisaje que abarca casi todos los valles de la cuenca.
Los Huarpa cultivaron la tierra con un riguroso control en la distribución del agua, por medio de canales y represas y luego habilitaron nuevas tierras para evitar la erosión. Esas terrazas se llaman “andenes” y más tarde los Inkas las usaron muchísimo.

Hacia los años 600 o 700 de nuestra era, los Huarpa intensificaron sus relaciones comerciales con Nasca, que, por lo demás, siempre existieron; dando como resultado una serie de valiosos intercambios tecnológicos, entre los que destaca un notable mejoramiento de la artesanía de Ayacucho, especialmente la cerámica que permitió la aparición de poblados, como el de Conchopata, con talleres especializados de alfarería predominantemente suntuaria.



De los tiwanakenses, los Huarpa tomaron en primer lugar sus dioses, cuyo prestigio debió ser muy grande en toda la tierra, sabemos bien que el prestigio de los dioses depende del éxito económico que obtengan los pueblos que los veneran. Pero, junto con la imagen de los dioses y seguramente sus mitos y leyes, los ayacuchanos obtuvieron también nuevas formas de organización y elevaron la producción de las plantas y animales altiplánicos y del bronce, la turquesa y con seguridad los hermosos lienzos con dioses del olimpo del Titikaka. Desde aquí se inicia la leyenda de la “pacarina” (lugar de origen) altiplánica que los españoles encontraron cuando llegaron al Perú en 1532.
 

 




 


Fotos: D.R.

*Despacho especial de Urpi Consultores que sale los días martes desde el 5 de marzo del 2013.

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