El domingo 1 de noviembre
Turquía acudirá a las urnas por segunda vez este año, para elegir a los 550
legisladores de su Gran Asamblea Nacional, en elecciones anticipadas convocadas
por el presidente Recep Tayyip Erdogan a finales de agosto.
Los distintos partidos no
lograron formar un gobierno de coalición tras las elecciones de junio, en la
que el Partido de Justicia y Desarrollo (AKP, en turco) perdiera su mayoría
parlamentaria por primera vez en sus 13 años en el poder.
Las elecciones
del domingo se llevarán a cabo en un clima de tensión social y política. En los
últimos meses Turquía ha sido rehén de un impasse político que debe terminar
para que el país pueda avanzar.
Las encuestas sugieren que el
resultado de las próximas elecciones diferirá muy poco de los anteriores
comicios. Eso significa que el AKP saldrá en primer lugar, seguido por el
opositor Partido Republicano del Pueblo (CHP), el ultranacionalista Partido de
Acción Nacionalista (MHP) y finalmente el “recién llegado” Partido Democrático
de los Pueblos (HDP), de izquierda y con raíces en el movimiento político
kurdo.
Aunque se trata del mismo
cuarteto de partidos con más probabilidades de superar el umbral de 10 por
ciento de los votos totales requerido para acceder a la representación
legislativa, el entorno sociopolítico actual es totalmente diferente a la
situación en junio.
En los meses transcurridos
entre ambas elecciones se sucedieron dos de los más mortíferos ataques
terroristas en la historia de Turquía, que mataron a más de 130 personas y
dejaron a decenas de heridos.
Asimismo, el país se sumó a la
lucha contra el grupo extremista Estado Islámico (EI) en Siria, y la ruptura
del proceso de paz entre el Estado turco y la guerrilla kurda del Partido de
los Trabajadores de Kurdistán (PKK, en kurdo) provocó una escalada de violencia
en el sureste del territorio turco.
Pocos días antes de las
elecciones, Turquía se encuentra en una encrucijada.
El camino que tome determinará
si estaban fundamentadas las esperanzas de la comunidad internacional en los
primeros años después de que el AKP llegó al poder, cuando Turquía, con sus
raíces en la cultura islámica y su economía guiada por una agenda neoliberal,
era percibida como el puente ideal entre Occidente y Medio Oriente.
Como motivos de los problemas
actuales del país las figuras de la oposición apuntan al gobierno cada vez más
autoritario de Erdogan, el inquietante debilitamiento de la libertad de prensa,
la latente crisis económica, la incómoda disposición de Turquía hacia los
kurdos en Siria, a la vez que apoya a grupos opositores sirios de dudosa
reputación, y la represión de la población civil en el sureste del país con el
fin de acabar con el PKK.
En los comicios de junio la
representación del AKP en el parlamento descendió de 311 a 258 escaños, lo que
significa que por primera vez desde que el partido llegó al poder en 2002 tuvo
que buscar un socio de coalición.
El resultado fue un golpe para
el AKP, que pretendía ganar una mayoría de dos tercios en el parlamento para
cambiar la Constitución y así remplazar el actual sistema semipresidencial por
uno presidencial.
Tras haber sido elegido a la
presidencia con 52 por ciento de los votos apenas 10 meses antes, Erdogan no
ocultó que proyectaba un papel completamente nuevo para el presidente, de jefe
de Estado ceremonial a líder poderoso y muy involucrado en el gobierno diario
del país.
Sin embargo, después de
obtener apenas 258 de los 550 escaños del parlamento, el AKP no solo no alcanzó
la mayoría de dos tercios necesaria para cambiar la Constitución, sino que le
faltaron 18 bancas para lograr la mayoría simple que le permitiría gobernar por
sí solo.
Desde el principio, la
coalición entre cualquiera de los cuatro partidos con representación
legislativa parecía una hazaña imposible. La desconfianza profundamente
arraigada entre el ultranacionalista MHP y el pro kurdo HDP era un obstáculo
insorteable para la alianza entre los tres partidos opositores.
Las dos opciones más probables
– una coalición entre el AKP y el CHP o el MHP – no se concretaron porque la
oposición exigía la reapertura de la investigación de un polémico caso de
corrupción que comprometía a muchos miembros de alto rango del AKP, y por la
negativa opositora a cooperar con el plan de reforzar los poderes del
presidente.
Convocatoria
a nuevas elecciones era el resultado más probable
La convocatoria a nuevas
elecciones era el resultado más probable, y pocos se sorprendieron cuando el 24
de agosto se conoció el anuncio oficial de que Turquía regresaría a las urnas
el 1 de noviembre.
Mientras se llevaban a cabo
las negociaciones en Ankara, el reloj en el este del país se retrasó 20 años.
La exacerbación del conflicto entre las fuerzas armadas turcas y el PKK recordó
a muchos la década de 1990 – también conocida como “la década perdida de
Turquía” – cuando los combates armados mataron a miles de personas, desplazaron
a millones y dejaron pueblos enteros incendiados.
El 20 de julio, un suicida del
extremista EI mató a 32 personas cuando se inmoló en medio de un grupo de
activistas que había viajado a Suruc, en la frontera con Siria, para ayudar con
la reconstrucción de la ciudad de Kobane, destruida por la guerra.
Aunque el EI no se atribuyó el
atentado, pocos albergan dudas reales de que la organización terrorista con
sede en Siria e Irak fuera la responsable. No obstante, muchos criticaron al
gobierno en Ankara por no proteger a sus ciudadanos y permitir que el EI
consiguiera un punto de apoyo en territorio turco.
En represalia, dos policías
fueron asesinados por un grupo vinculado al PKK. El gobierno turco respondió
con toda su fuerza y bombardeó sin cuartel a las posiciones del PKK, en
Turquía y en el norte de Iraq.
Más recientemente, el 10 de
octubre, dos hombres vinculados al EI causaron la muerte de más de un centenar
de personas en Ankara, cuando se inmolaron en una manifestación por la paz.
Una vez más, la ira popular se
concentró en el gobierno porque este no habría tomado suficientes medidas de
seguridad, mientras que el líder del AKP, Ahmet Davutoglu, y el presidente
Erdogan aprovechaban el incidente para acusar a todos los enemigos del Estado
turco – las fuerzas de seguridad sirias, el PKK, los kurdos sirios, el EI – de
estar detrás del atentado.
Las elecciones del domingo se
llevarán a cabo en un clima de tensión social y política. En los últimos meses
el país ha sido rehén de un impasse político que debe terminar para que Turquía
pueda avanzar.
Es muy probable que los
resultados sean más o menos los mismos que en junio. Cuando esto suceda, le
corresponderá al pueblo dejarle en claro a sus dirigentes políticos que deben
dejar de lado sus egos y sus discrepancias, y mostrar el valor necesario para
que Turquía retome el camino correcto (Fuente: IPS).