miércoles, 21 de octubre de 2015

CASO JULIA PRÍNCIPE: TORPEZA TOTAL


La destitución de la procuradora para el Lavado de Activos, Julia Príncipe, no sólo es una grave equivocación del gobierno. Es, sobre todo, un golpe demoledor contra el sistema de defensa judicial del Estado, es decir, un retroceso de la institucionalidad democrática en materia de vigilancia de la ética pública y la transparencia.

Si hubiese un manual de la torpeza, se habría cumplido a pie juntillas en este caso. Una diligente procuradora, emblema de la lucha contra la corrupción, que se enfrentó prácticamente en solitario al clan Orellana, el grupo mafioso que penetró más vivamente el poder en el Perú, es retirada del cargo luego de un procedimiento legal liviano y cuestionable que no llega a esconder el verdadero motivo: haber respondido a dos llamadas telefónicas de medios de comunicación en las que se le pedía detalles sobre los procesos contra la primera dama.

Imposible no explicarse directamente la salida de Príncipe como una venganza del poder contra una funcionaria que sólo hizo su trabajo; e imposible no caer en la cuenta de que su salida tiene propósitos de impunidad en el corto plazo, especialmente debilitar la defensa del Estado en los procesos contra Heredia y su entorno.

El proceso contra Príncipe, conducido por el ex ministro de Justicia, Gustavo Adrianzén, fue un sainete en el que no se presentó ningún argumento válido contra la procuradora y, por el contrario, con abundantes pruebas de que sólo a ella  se le pedía el acatamiento de una ilegal norma de censura que no había cumplido su ministro acusador cuando se desempeñaba como procurador, o los otros procuradores que declaraban sin cortapisas a la prensa.

La interpelación al Ministro de Justicia fue una oportunidad para la rectificación o de exposición de pruebas. Lejos de ello, el Ministro reconoció que la causa contra Príncipe era endeble y comparó su caso con el del procurador Joel Segura, deslizando que este último no añadió a sus declaraciones “ninguna apreciación personal” o juicio de valor, dejando en claro la razón la razón del proceso contra la procuradora.

La destitución de la correcta defensora del Estado está rodeada de otros dos actos cuestionables. En el primero, el presidente del Consejo de Ministros ensayó un discurso de confrontación innecesario contra el Congreso, sugiriendo que la censura del titular de Justicia sería una agresión al gobierno, arrastrando en su comparecencia pública a los ministros de Estado, forzando al gabinete a unir su suerte a la del ministro interpelado.

El segundo es la repudiable acusación del ministro Adrianzén contra la procuradora, repitiendo un cargo contra su ex esposo, fabricado por la mafia de Orellana durante la campaña contra ella. Que un ministro de Estado recurra a esta bajeza revela la absoluta falta de veracidad oficial en este caso.

La indignación pública contra este acto abusivo se justifica, así como las muestras de solidaridad con la funcionaria defenestrada. Se equivocaron quienes creían que esta decisión traería escasas consecuencias. Al contrario, el objetivo de la impunidad no ha sido alcanzado (Editorial del diario La República, publicado hoy que consignamos por considerarlo de interés para la ciudadanía).

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