El programa de Brasil en la
reducción de emisiones de gases de efecto invernadero (GEI), que provocan el
calentamiento del planeta, dejó insatisfechos a los ambientalistas por su
falta de ambición en aspectos clave.
“Es loable la decisión de
presentar metas absolutas de reducción, pero ellas podrían ser mejores y más
ambiciosas, en beneficio del propio país y de las negociaciones mundiales sobre
cambio climático”, dijo André Ferretti, coordinador general del Observatorio del Clima, una red de 37
organizaciones ambientales.
La presidenta Dilma Rousseff
anunció el 27 de septiembre en Nueva York, durante la Cumbre Mundial sobre Desarrollo Sostenible de las Naciones Unidas, que la meta brasileña
es reducir las emisiones nacionales de los GEI en 37 por ciento hasta 2025 y 43
por ciento hasta 2030, con respecto a 2005.
“La mayor
debilidad del compromiso brasileño está en la cuestión forestal. Es algo
vejatorio prometer el fin de la deforestación ilegal para 2030, admitiendo que
se tolerará la ilegalidad por década y media”: André Ferretti.
Esa es la contribución
prevista y (INDC, en inglés) que Brasil aportará para mantener el incremento la
temperatura del planeta por debajo de los dos grados centígrados en este siglo,
el tope que los expertos establecen para evitar una catástrofe climática.
Cada tenía hasta este 1 de
octubre plazo para presentar su INDC, para ser incorporado al nuevo tratado
universal y vinculante que debe aprobarse en la 21 Conferencia de las Partes (COP21) de la Convención Marco de las Naciones
Unidas sobre Cambio Climático , que se
realizará en París entre el 30 de noviembre y el 11 de diciembre.
Para cumplir las metas, Brasil
tendrá en 2030 por lo menos 45 por ciento de su energía generada por fuentes
renovables, incluyendo las hidroeléctricas. El promedio mundial es de solo 13
por ciento, comparó la presidenta brasileña.
Las fuentes alternativas, como
centrales eólicas y solares, biomasa y etanol responderán por 23 por ciento de
la matriz eléctrica, contra el actual nueve por ciento.
Además se buscará eliminar la
deforestación ilegal en la Amazonia y compensar las emisiones provenientes de
la vegetación eliminada con permiso de la ley brasileña.
Reforestar 12 millones de
hectáreas y restaurar 15 millones de hectáreas de pastizales degradados son
otras metas anunciadas por Rousseff, quien aseguró que Brasil es de los
primeros países del Sur en desarrollo en asumir compromisos de reducción
absoluta de los GEI, con metas superiores incluso a las de muchos países
industrializados.
Otros países ofrecen
reducciones con respecto a las emisiones proyectadas a futuro, si se mantienen
las actuales condiciones de producción, consumo y crecimiento económico.
Brasil, en la COP15, celebrada en 2009 en Copenhague, había prometido reducir
sus emisiones de GEI entre 36 y 39 por ciento, con relación a las proyectadas
para el 2020.
Pero las metas de su INDC
“siguen inferiores a lo que puede hacer el país y agrega muy poco a lo que ya
se hizo”, afirmó Ferreti en diálogo con IPS.
En 2012 las emisiones de GEI
ya se habían reducido 41 por ciento en comparación con 2005, debido básicamente
a la menor deforestación amazónica, pero aumentaron posteriormente por el mayor
uso de combustibles fósiles.
Actualmente, Brasil, el mayor
emisor de América Latina, libera anualmente a la atmósfera 1.488 millones de
toneladas de GEI.
El
liderazgo perdido
El ambientalista Liszt Vieira duda que Brasil pueda recuperar el protagonismo que tuvo en décadas pasadas, al acoger en 1992 la Conferencia de Medio Ambiente y Desarrollo de Río de Janeiro, que produjo las convenciones sobre Cambio Climático, Biodiversidad y Desertificación.
Ese protagonismo se mantuvo en la Conferencia de Johannesburgo 10 años después, cuando el país era el campeón de las energías renovables y ponía a disposición del mundo su conocimiento en la producción del etanol de caña de azúcar y de vehículos impulsados por ese biocombustible.
Pero ya había dejado de ser un actor determinante cuando acogió en 2012 la Conferencia de Naciones Unidas sobre Desarrollo Sostenible, conocida como Río+20.
Los protagonistas actuales, los que decidirán el futuro del clima global, son China, Estados Unidos y Europa, opina Vieira, autor del libro “Ciudadanía y globalización”, sobre la emergencia de una ciudadanía planetaria.
El ambientalista Liszt Vieira duda que Brasil pueda recuperar el protagonismo que tuvo en décadas pasadas, al acoger en 1992 la Conferencia de Medio Ambiente y Desarrollo de Río de Janeiro, que produjo las convenciones sobre Cambio Climático, Biodiversidad y Desertificación.
Ese protagonismo se mantuvo en la Conferencia de Johannesburgo 10 años después, cuando el país era el campeón de las energías renovables y ponía a disposición del mundo su conocimiento en la producción del etanol de caña de azúcar y de vehículos impulsados por ese biocombustible.
Pero ya había dejado de ser un actor determinante cuando acogió en 2012 la Conferencia de Naciones Unidas sobre Desarrollo Sostenible, conocida como Río+20.
Los protagonistas actuales, los que decidirán el futuro del clima global, son China, Estados Unidos y Europa, opina Vieira, autor del libro “Ciudadanía y globalización”, sobre la emergencia de una ciudadanía planetaria.
En términos de toneladas, la
meta de emisiones brutas para el 2030 no difiere mucho de las registradas en el
2012, de 1.200 millones de toneladas de
dióxido de carbono, según datos del Ministerio de Ciencia y Tecnología.
“La mayor debilidad del
compromiso brasileño está en la cuestión forestal. Es algo vejatorio prometer
el fin de la deforestación ilegal para el 2030, admitiendo que se tolerará la ilegalidad
por década y media”, señaló Ferretti, también gerente de Estrategias de
Conservación de la Fundación Grupo Boticario.
“Jurídicamente es un
contrasentido fijar un plazo tan largo para combatir una actividad ilegal”, añadió
a IPS el ex diputado Liszt Vieira, quien presidió el estatal Jardín Botánico de
Río de Janeiro durante 10 años.
Además las metas solo se
refieren a la Amazonia, omitiendo otros biomas, como el Cerrado, la sabana brasileña
que ocupa 203,6 millones de hectáreas, es decir 24 por ciento del territorio
nacional, y sufre intensa y creciente deforestación, acotó Ferretti.
“Todo eso refleja el bajo
compromiso del gobierno brasileño en ese tema. Brasil podría asumir una meta de
deforestación cero hacia 2030, factible porque el país aprendió mucho sobre el
tema, dispone de tecnología y tierras ya deforestadas para la expansión
agrícola”, evaluó Paulo Barreto, investigador senior del Instituto del Hombre y el Medio Ambiente de
la Amazonía.
“Además atiende el propio
interés del país, que depende mucho de las lluvias para su agricultura y energía.
Su vulnerabilidad a las sequias se desnudó en la actual crisis hídrica y
energética, especialmente en el estado de São Paulo, tras escasas lluvias en
los últimos dos años”, acotó en entrevista con IPS.
“Por eso a Brasil le conviene
un buen acuerdo climático en París”, para evitar los eventos extremos como las
sequías, explicó.
Una meta ambiciosa, como
deforestación cero en todo el país, le daría a Brasil condiciones de algún
liderazgo en la conferencia, para estimular contribuciones de otros países y la
concertación de acuerdos que permitan contener el cambio climático en niveles
menos desastrosos, coincidieron Barreto e Vieira.
Hoy se conocen mejor, además,
el papel de los bosques en la regularización de las lluvias, especialmente de
la Amazonia forestal en el clima sudamericano.
Brasil podría también
presentar metas más avanzadas en energías de fuentes alternativas, ampliando
sus inversiones en energía eólica y solar, opinó Vieira. En el área energética
el país va a contramano, aumentando la generación termoeléctrica con
combustibles fósiles y priorizando la producción del petróleo presal, añadió.
Pese a las limitaciones del
programa climático brasileño, los ambientalistas consultados por IPS admitieron
que el anuncio de Rousseff fue una buena sorpresa.
“Se esperaba algo peor de un
gobierno ‘desarrollista’ que encara el ambientalismo como una traba al
desarrollo y al crecimiento económico”, comentó Vieira, que participó en ese
gobierno hasta el 2013, ya que la
presidencia del Jardín Botánico es un cargo de confianza del Ministerio del
Medio Ambiente.
“Fue un alivio y una
frustración la divulgación de las meta”, resumió Ferretti. “Fue malo porque
podría ser mejor, tanto en la cuestión forestal como en la energética, con
mayor atención a la energía de biomasa y solar”, explicó.
“Y fue bueno porque, además de
algunas buenas medidas, como la recuperación de tierras degradadas, se fijaron
metas para el 2025 y el 2030, indicando
que serán revisadas cada cinco años y podrán ampliarse, abriendo una puerta de
negociación y emulación con otros países”, completó.
Fue positivo también porque
Brasil abandonó su posición de defensa inflexible de las “responsabilidades
diferenciadas”, eximiendo a los países del Sur en desarrollo de cumplir metas y
cobrándolas de los industrializados, por sus emisiones acumuladas de GEI.
Esa separación entre dos
bloques favoreció el liderazgo “tercermundista” a algunos países como Brasil,
pero trabó las negociaciones, concluyó Ferretti (Fuente: Mario Osava/IPS).
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