sábado, 24 de agosto de 2013

PÁGINAS MEMORABLES: ZARELA


 

Por: Ricardo Verástegui López

 

De lunes a sábados Zarela abordaba a las seis de la mañana un mini bus para llegar cinco minutos antes de las ocho a su centro de trabajo, una fábrica ubicada en el distrito de Santa Anita, al borde de la carretera central. Ella vivía en Los Olivos, situado al norte de Lima, al otro extremo de la ciudad.

 

El trayecto era largo y tedioso, para matar el aburrimiento  del viaje empezó a escribir pequeños poemas en la parte no impresa de los boletos que le daban los cobradores por concepto de pago de pasaje.

 

Las escenas cotidianas que veía a través de las lunas del vehículo servían de inspiración para sus versos, líneas dolidas surgidas de las miserias humanas. 

 

Niños y niñas yendo con remedos de uniforme a escuelas sin agua, sin servicios higiénicos, ni buena enseñanza, espectros buscando qué comer o qué aprovechar entre la basura amontonada en largas avenidas, sombras huidizas que robaban para sobrevivir a quienes querían vivir. Predicadores hablando del cuidado de Dios por sus hijos mientras la indiferencia de la sociedad y del Estado mata diariamente en el país más personas que los coches bomba en Irak, Pakistán o Irán.

 

Casi sin caer en cuenta tenía más de doscientos poemas escritos, cuidadosamente guardados en una pequeña bolsita de lana que le había obsequiado una amiga del Cusco.  Miró con satisfacción el conjunto de poesías y dijo: le pondré por nombre “Los dioses ausentes, las miserias presentes”.

Un ruido de fierro que se rompe, la sacó de su ensimismamiento. El cobrador pidió a los pasajeros que se bajaran, pues el móvil se había malogrado. Estaban frente a  la entrada de una de las universidades más prestigiosas por su nivel intelectual. Muchos de los pasajeros eran estudiantes o trabajadores de aquel centro de estudios, por lo que no sufrieron mayor contratiempo. Pero, Zarela tuvo que tomar de inmediato un auto que la acercara lo más posible a su lugar de labores.

 

Llegada a la planta industrial para iniciar sus tareas se percató que no tenía la talegita multicolor que contenía sus textos literarios. Este hecho la tuvo deprimida varias semanas, hasta que una mañana, yendo a la fábrica, compró un diario para distraerse.

 

Zarela abrió grandemente los ojos cuando, en una página del periódico, leyó que esa noche la Dra. Vanessa Mongester de la reconocida universidad **** presentaría en un  salón de la Biblioteca Nacional su libro de poemas titulado “Palabras al paso”. El periodista que redactaba la nota reseñaba tres de los más significativos poemas de la célebre lingüista  que Zarela reconoció como suyos.

 

Aquella noche, después de que la Dra. Mongester había presentado su libro y la gente marchado, se dirigió al lavabo para lavarse el rostro. Cuando estaba secándose la cara, oyó la voz de Zarela.

-      ¿Es usted la célebre Dra. Vanessa Mongester?, preguntó.

-      Así dicen, sonrió Mongester volviendo la faz.

-      Pues yo la haré inmortal, replicó Zarela.

-      ¿Es usted pintora?

-      No, pero será inmortal, se lo aseguró, y sacando una pistola de su cartera, Zarela disparó un tiro en la cabeza de Vanessa que cayó de bruces.

-      Hasta nunca inmortal Dra. Vanessa Mongester, musitó Zarela  cerrando la puerta del baño.

 

 

(*) Ricardo Verástegui López, periodista.
 

 

Rincón literario de URPI para los que inspiran sus acciones en la lectura.

         Boletín virtual de los sábados.    Descripción: C:\Users\VPCYB20AL\Documents\FOTOS URPI\LOGO URPI.jpg   

No hay comentarios:

Publicar un comentario