ESTADO ACTUAL DE LA MUJER CAMPESINA, SU CONDICIÓN
SOCIAL EN LA COMUNIDAD
(Fragmento)
Por: Hildebrando Castro Pozo
El hecho, muy común en la tierra, que, a simple vista, valoriza
plenamente la estimación que los padres tienen por sus hijos y los maridos por
sus mujeres; es el que se observa cuando bajan de las punas a las ferias: los
hombres marchando a pie o cabalgando en asnos, sin más bagaje que sus ponchos y
petaca-carteras o “chuspas” de lana a medio llenar de coca; mientras que las
mujeres, cargadas como bestias, llevan en el “quipe” todos los productos que
van a vender, a más de fiambre y de “yapa” la “huahua”. No he podido constatar
un solo caso en que un burro o un varón bajen cargados y la amable compañera
tan sólo con el fruto del cariño “quipichando”.
Por sí, en síntesis, ésta es la condición de la mujer en la familia, en
la sociedad comunal – a medida que se va haciendo útil por su experiencia, el
valor de sus bienes raíces o semoviente – va adquiriendo una relativa
consideración entre los vecinos notables y miembros de la asamblea comunista,
sobre todo si aúna a su utilidad el prestigio de que sabe curar y es adivina.
En algunas comunidades basta el hecho, simplemente de que una mujer sea
anciana para que todos la protejan y respeten. Así, he tenido ocasión de
presenciar en los caminos de ciertos pueblos serranos, en donde existe la
costumbre de que los comerciantes en granos o lana van a acaparar estos
productos en las afueras de las poblaciones que si una viejecita se separa del
grupo o marcha o va sola y se acerca al comprador a venderle alguna cosa, los
transeúntes se detienen a presenciar el contrato y exigen a aquel legalidad en
el peso y pago del producto que negocia.
En otros pueblos existe la creencia de que éstos son el símbolo de los
antepasados que vivieron en las ruinas de las “marcas” que, generalmente, aún
existen sobre las cumbres de los cerros cercanos, y las cuales inspiran el
terror de que el infeliz que vaya a visitarlas y tenga la mala ocurrencia de
sentarse en ellas es soplado por el “chacho” (espíritu maligno que sopla una
enfermedad al individuo que osa visitar las ruinas y se sienta en ellas).
Como a pesar de todas las misiones y de la influencia ejercida por el
sacerdote serrano “Mamapacha” continúa siendo la Diosa Tierra, el seno que
fecunda y sustenta todo lo que crece y fructifica: la leyenda nos regala la
creencia popular de que la “Diosa es arrugada, vieja como las “mamas” que tanto
han parido y que en las cosechas tienen derecho a que se les obsequie (durante
las cosechas de trigo y cebada los segadores regalan, a las ancianas pobres,
gavillas de uno y otra, cuando no les pertenecen las sementeras, les dejan en
el campo multitud de espigas que aquellas van recogiendo en la falda del
faldellín e inmediatamente desgranando) no sea que la propia Divinidad tome esa
forma para ir de puerta en puerta, como que bendiga, convenciéndose de la
bondad de sus hijos. De aquí la causa de que en otras comunidades se considere
y guarde cierto temor a las ancianas.
En las ciudades de la costa y sierra nuestros niños ayunos de una
educación eficiente que ponga freno a sus instintos de burla y sarcasmo hacia
la ancianidad son esto inferior a los niños de las comunidades, quienes guardan
profundo respeto a las personas mayores de edad; quizá si por el hecho de ser
el medio social en que viven tan reducido que todos se conocen y tienen lazos
de parentesco, todo lo cual coadyuva a la constitución de estas normas éticas.
No hay anciano que no sea saludado por los niños respetuosamente o mejor
dicho, temerosamente. Y es que a este estado de animo contribuyen los padres
por medio de los cuentos o leyendas que les refieren, en los que por lo general
figuran las “mamas” como brujas, con un poder sobrenatural capaz de poder
confundir y castigar a los niños malcriados (Foto: Napa).
Tomado del libro
“Nuestra Comunidad Indígena” publicado el año 1924 por Hildebrando Castro Pozo.
Castro Pozo, quien fuera Integrante del Congreso Constituyente de 1931,
distinguiose por ser un abanderado de la
problemática agraria peruana,
especialmente la comunidad indígena.
En 1928, el
insigne pensador José Carlos Mariátegui en sus “7 Ensayos de Interpretación de
la Realidad Peruana” hace referencia a la obra de Castro Pozo en el capítulo
“El problema de la tierra”, especialmente en sus títulos “La comunidad bajo la
República” y “La comunidad y el latifundio”.
Rincón
literario de URPI para los que inspiran sus acciones en la lectura.
Boletín virtual de los sábados.
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