sábado, 10 de noviembre de 2012

PÁGINAS MEMORABLES


ESTADO ACTUAL DE LA MUJER CAMPESINA, SU CONDICIÓN SOCIAL EN LA COMUNIDAD

(Fragmento)

 
Por: Hildebrando Castro Pozo

El hecho, muy común en la tierra, que, a simple vista, valoriza plenamente la estimación que los padres tienen por sus hijos y los maridos por sus mujeres; es el que se observa cuando bajan de las punas a las ferias: los hombres marchando a pie o cabalgando en asnos, sin más bagaje que sus ponchos y petaca-carteras o “chuspas” de lana a medio llenar de coca; mientras que las mujeres, cargadas como bestias, llevan en el “quipe” todos los productos que van a vender, a más de fiambre y de “yapa” la “huahua”. No he podido constatar un solo caso en que un burro o un varón bajen cargados y la amable compañera tan sólo con el fruto del cariño “quipichando”.
Por sí, en síntesis, ésta es la condición de la mujer en la familia, en la sociedad comunal – a medida que se va haciendo útil por su experiencia, el valor de sus bienes raíces o semoviente – va adquiriendo una relativa consideración entre los vecinos notables y miembros de la asamblea comunista, sobre todo si aúna a su utilidad el prestigio de que sabe curar y es adivina.
En algunas comunidades basta el hecho, simplemente de que una mujer sea anciana para que todos la protejan y respeten. Así, he tenido ocasión de presenciar en los caminos de ciertos pueblos serranos, en donde existe la costumbre de que los comerciantes en granos o lana van a acaparar estos productos en las afueras de las poblaciones que si una viejecita se separa del grupo o marcha o va sola y se acerca al comprador a venderle alguna cosa, los transeúntes se detienen a presenciar el contrato y exigen a aquel legalidad en el peso y pago del producto que negocia.
En otros pueblos existe la creencia de que éstos son el símbolo de los antepasados que vivieron en las ruinas de las “marcas” que, generalmente, aún existen sobre las cumbres de los cerros cercanos, y las cuales inspiran el terror de que el infeliz que vaya a visitarlas y tenga la mala ocurrencia de sentarse en ellas es soplado por el “chacho” (espíritu maligno que sopla una enfermedad al individuo que osa visitar las ruinas y se sienta en ellas).

Como a pesar de todas las misiones y de la influencia ejercida por el sacerdote serrano “Mamapacha” continúa siendo la Diosa Tierra, el seno que fecunda y sustenta todo lo que crece y fructifica: la leyenda nos regala la creencia popular de que la “Diosa es arrugada, vieja como las “mamas” que tanto han parido y que en las cosechas tienen derecho a que se les obsequie (durante las cosechas de trigo y cebada los segadores regalan, a las ancianas pobres, gavillas de uno y otra, cuando no les pertenecen las sementeras, les dejan en el campo multitud de espigas que aquellas van recogiendo en la falda del faldellín e inmediatamente desgranando) no sea que la propia Divinidad tome esa forma para ir de puerta en puerta, como que bendiga, convenciéndose de la bondad de sus hijos. De aquí la causa de que en otras comunidades se considere y guarde cierto temor a las ancianas.
En las ciudades de la costa y sierra nuestros niños ayunos de una educación eficiente que ponga freno a sus instintos de burla y sarcasmo hacia la ancianidad son esto inferior a los niños de las comunidades, quienes guardan profundo respeto a las personas mayores de edad; quizá si por el hecho de ser el medio social en que viven tan reducido que todos se conocen y tienen lazos de parentesco, todo lo cual coadyuva a la constitución de estas normas éticas.
No hay anciano que no sea saludado por los niños respetuosamente o mejor dicho, temerosamente. Y es que a este estado de animo contribuyen los padres por medio de los cuentos o leyendas que les refieren, en los que por lo general figuran las “mamas” como brujas, con un poder sobrenatural capaz de poder confundir y castigar a los niños malcriados (Foto: Napa).
 
 
 
Tomado del libro “Nuestra Comunidad Indígena” publicado el año 1924 por Hildebrando Castro Pozo. Castro Pozo, quien fuera Integrante del Congreso Constituyente de 1931, distinguiose  por ser un abanderado de la problemática  agraria peruana, especialmente la comunidad indígena.
 
En 1928, el insigne pensador José Carlos Mariátegui en sus “7 Ensayos de Interpretación de la Realidad Peruana” hace referencia a la obra de Castro Pozo en el capítulo “El problema de la tierra”, especialmente en sus títulos “La comunidad bajo la República” y “La comunidad y el latifundio”. 
 
 
 

 
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