El RITO Y LA FÓRMULA
Por: Bronislaw Malinowski
Tomemos en consideración un
acto de magia, y elijamos para ello uno que sea bien conocido y considerado
generalmente como tipo: un acto de magia negra. Entre los distintos géneros que
de ella se encuentran entre los salvajes, tal vez el más difundido sea el
consistente en utilizar un dardo mágico, un hueso puntiagudo o un palo con
punta, o una flecha; medios todos ellos que ritual y mímicamente se lanzan,
disparan o apuntan en la dirección del individuo que debe ser matado por la
operación.
En los antiguos libros de
magia y en obras orientales, en las descripciones etnográficas y en los relatos
de los viajeros, hay infinitas recetas que indican de qué modo debe ser
ejecutado dicho rito. Pero el comportamiento emocional, los gestos y las
expresiones del hechicero durante el ritual rara vez han sido suficientemente
descritos, aunque son de la mayor importancia..
Si un espectador se viese
súbitamente trasportado a alguna parte de la Melanesia y observara a un
hechicero en actuación, y sin conocer exactamente lo que ve, podría pensar
acaso que se las había con un loco, o tener la impresión de que se hallaba ante
un hombre que actuaba bajo el impulso de una ira incontrolada.
Efectivamente, el hechicero
no tiene sólo el cometido, parte esencial de la celebración ritual, de apuntar
con el dardo óseo en dirección a su víctima; sino que tiene que agitar dicho
dardo en el aire, con una intensa expresión de ira y de odio, que hacerlo
remolinear y girar, como si tuviera que meterlo en la herida, y luego ha de arrancarlo hacia atrás con una súbita
sacudida. De ese modo, no sólo se reproduce el acto de violencia, la puñalada,
sino que representa la pasión de la violencia misma.
Si la expresión dramática de
la emoción constituye la esencia de ese acto, ¿cuál es la finalidad de lo que
en él se reproduce? No su resultado, pues en tal caso el hechicero debería
imitar la muerte de su víctima, sino más bien el estado emocional del actor, un
estado que corresponde estrictamente a la situación en que él se encuentra, y
que tiene que llevar a término miméticamente.
Podríamos agregar un buen
número de ejemplos de esta índole tomados de nuestra experiencia personal, y
más todavía, claro está, de relatos ajenos. Así, cuando en otros tipos de magia
negra el hechicero injuria ritualmente, mutila o destruye una figura o un
objeto que simbolice a la víctima, aquel rito es sobre todo una clara expresión
de odio y de rabia. O bien, cuando en la magia amatoria el actor tiene real o
simbólicamente que abrazar, palpar, acariciar a la persona amada o algún objeto
que la represente, reproduce el comportamiento de un enamorado que ha perdido
su sentido común y está arrebatado por la pasión.
En la magia de guerra, la
rabia, la furia del ataque, las emociones de la pasión bélica se expresan
frecuentemente de un modo más o menos directo. En la magia del terror, en el
exorcismo dirigido contra los poderes de las tinieblas del mal, el brujo se
comporta como si él mismo estuviese dominado por la emoción del miedo, o por lo
menos como si estuviese combatiendo contra él. Dar golpes, blandir armas, hacer
uso de las antorchas encendidas, forman a menudo la sustancia de este rito. O
bien, en una acción a la que asistí personalmente, para librarse de los malos
poderes de las tinieblas, el individuo tiene que temblar ritualmente, que
pronunciar una fórmula con lentitud, como si estuviese paralizado por el
terror. Y ese terror se apodera también del brujo que se le acerca y lo
defiende.
Tomado del libro
“Magia y Civilización”, publicado en 1965 por la Editorial “El Ateneo” de
Buenos Aires.
Rincón
literario de URPI para los que inspiran sus acciones en la lectura.
Boletín virtual de los sábados.
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