sábado, 17 de noviembre de 2012

PÁGINAS MEMORABLES


El RITO Y LA FÓRMULA

 

Por: Bronislaw Malinowski

 

Tomemos en consideración un acto de magia, y elijamos para ello uno que sea bien conocido y considerado generalmente como tipo: un acto de magia negra. Entre los distintos géneros que de ella se encuentran entre los salvajes, tal vez el más difundido sea el consistente en utilizar un dardo mágico, un hueso puntiagudo o un palo con punta, o una flecha; medios todos ellos que ritual y mímicamente se lanzan, disparan o apuntan en la dirección del individuo que debe ser matado por la operación.

En los antiguos libros de magia y en obras orientales, en las descripciones etnográficas y en los relatos de los viajeros, hay infinitas recetas que indican de qué modo debe ser ejecutado dicho rito. Pero el comportamiento emocional, los gestos y las expresiones del hechicero durante el ritual rara vez han sido suficientemente descritos, aunque son de la mayor importancia..

Si un espectador se viese súbitamente trasportado a alguna parte de la Melanesia y observara a un hechicero en actuación, y sin conocer exactamente lo que ve, podría pensar acaso que se las había con un loco, o tener la impresión de que se hallaba ante un hombre que actuaba bajo el impulso de una ira incontrolada.

Efectivamente, el hechicero no tiene sólo el cometido, parte esencial de la celebración ritual, de apuntar con el dardo óseo en dirección a su víctima; sino que tiene que agitar dicho dardo en el aire, con una intensa expresión de ira y de odio, que hacerlo remolinear y girar, como si tuviera que meterlo en la herida, y luego ha  de arrancarlo hacia atrás con una súbita sacudida. De ese modo, no sólo se reproduce el acto de violencia, la puñalada, sino que representa la pasión de la violencia misma.

Si la expresión dramática de la emoción constituye la esencia de ese acto, ¿cuál es la finalidad de lo que en él se reproduce? No su resultado, pues en tal caso el hechicero debería imitar la muerte de su víctima, sino más bien el estado emocional del actor, un estado que corresponde estrictamente a la situación en que él se encuentra, y que tiene que llevar a término miméticamente.

Podríamos agregar un buen número de ejemplos de esta índole tomados de nuestra experiencia personal, y más todavía, claro está, de relatos ajenos. Así, cuando en otros tipos de magia negra el hechicero injuria ritualmente, mutila o destruye una figura o un objeto que simbolice a la víctima, aquel rito es sobre todo una clara expresión de odio y de rabia. O bien, cuando en la magia amatoria el actor tiene real o simbólicamente que abrazar, palpar, acariciar a la persona amada o algún objeto que la represente, reproduce el comportamiento de un enamorado que ha perdido su sentido común y está arrebatado por la pasión.

En la magia de guerra, la rabia, la furia del ataque, las emociones de la pasión bélica se expresan frecuentemente de un modo más o menos directo. En la magia del terror, en el exorcismo dirigido contra los poderes de las tinieblas del mal, el brujo se comporta como si él mismo estuviese dominado por la emoción del miedo, o por lo menos como si estuviese combatiendo contra él. Dar golpes, blandir armas, hacer uso de las antorchas encendidas, forman a menudo la sustancia de este rito. O bien, en una acción a la que asistí personalmente, para librarse de los malos poderes de las tinieblas, el individuo tiene que temblar ritualmente, que pronunciar una fórmula con lentitud, como si estuviese paralizado por el terror. Y ese terror se apodera también del brujo que se le acerca y lo defiende.

 

 

 

Tomado del libro “Magia y Civilización”, publicado en 1965 por la Editorial “El Ateneo” de Buenos Aires. 

 

 

 

 

 

 

Rincón literario de URPI para los que inspiran sus acciones en la lectura.

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