Pese a que, desde ayer,
Josep Ratzinger dejó ser el jefe de la Iglesia Católica, continuará llamándose “su
santidad Benedicto XVI”, o “Papa Romano Pontífice emérito”, por propia decisión
y con acuerdo del colegio cardenalicio.
Ratzinger continuará
vistiéndose de blanco y calzará zapatos marrones en vez de los rojos, y el
anillo será “anulado” y no destruido.
Esto significa que, cuando
se elija al nuevo Papa, la Iglesia Católica
tendrá dos Papas, uno en ejercicio y el otro (Ratzinger) a la sombra,
que el día de su consagración dijo que no abandonaría la cruz que había
recibido.
Si bien, Ratzinger manifestó el jueves durante su última
aparición pública que sólo era un “peregrino en la última etapa de su peregrinaje
en esta tierra”, provocando lágrimas y loas entre los asistentes a la plaza de
San Pedro, algunos especialistas en temas religiosos, como Juan José Tamayo, no
han ocultado sus críticas a la actitud inquisitorial del cardenal Ratzinger y
de Benedicto XVI con sus colegas, los teólogos y las teólogas desde que se hizo
cargo ex Santo Oficio, hasta su jubilación.
Durante ese tiempo – más de
seis lustros que, para algunos, han sido una eternidad – juzgó, condenó, impuso
silencio, censuró, expulsó de las cátedras, cesó como directores de revistas de
teología o de información religiosa, suspendió a divinis, e incluso excomulgó a
colegas por lo que subjetivamente creía eran errores, laminó el pluralismo
teológico con el consiguiente empobrecimiento para la teología, asevera Tamayo,
quien es director de la Cátedra de Teología y Ciencias de las Religiones de la
Universidad Carlos III de Madrid.
Agrega que, durante estos
años ha humillado a las mujeres – mayoría en la Iglesia Católica-, a quienes ha
seguido negando la voz y el voto, ha cerrado las puertas de acceso al
sacerdocio, les ha negado los derechos sexuales y reproductivos, así como les
ha impedido asumir puestos de responsabilidad (Foto: D.R.)
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